sábado, 10 de mayo de 2008

EL ESTILO LO ES TODO

Feb 4
“Sic Transit Gloria Mundi”, Delia. ¡Qué lejos quedaron los invictos días de nuestros desafueros! Me faltó sólo conquistar el penúltimo reducto de tu pudor y llevarte un anochecer al naranjal vestida con el uniforme de las Irlandesas manchado de yeso de encerados, salpicado de lágrimas, uncido de avemarías, recamado de atriciones, sudoroso de axilas, tembloroso de veniales rencores; pero tú y yo sabemos que durante aquellos días, no lectivos para ninguno de los dos, de nuestras vacaciones estivales, mis secretos propósitos no hubieran podido jamás ser llevados a cabo, y a lo único que estuve a punto de llegar en mis desvaríos de convertirte en una Frégoli adolescente fue a hacer contigo, simple y llanamente, el amor aquella mañana de septiembre, y no en el huerto de naranjos, ni siquiera en el olivar -donde cantaban los búhos y saciaban su voracidad los estorninos-, sino en el mismo altillo del club, hasta donde subimos con el pretexto de encontrar las desaparecidas raquetas australianas que, según nos asegurara el conserje, había dejado olvidadas años atrás la sin par Laura, muerta el invierno anterior en circunstancias un tanto misteriosas, aunque no necesariamente imprevisibles conociéndose sus debilidades. Quedaste desnuda bajo el tragaluz, y, por primera vez, desnuda te contemplé entre viejas redes inservibles y victoriosos trofeos ya marchitos, de espaldas a la encalada jamba del postigo entreabierto hasta donde se asomaban los morados racimos florales de la trinitaria; mas sin saberlo, ni siquiera seguramente advertirlo, defraudaste mis más ardientes anhelos de acariciar juntas tus rodillas y las tablas de tu faldita plisada, la suave hondonada de tu vientre y las tirantas de tu ajustador; al unísono tus cabellos -que despeinaste- y el cupido de raso azul que los sujetara; dos texturas, la de la cintita ribeteada de seda y la de tu pelo liso, casi esquimal, de un castaño claro, oloroso de púberes efluvios inapreciados por los olfatos insensibles a la fragancia de ese perfume único que desprendían, con carácter exclusivo, las vírgenes de la burguesía educadas en pensionados de monjas procedentes de la verde Eire y que no era del todo capaz de borrar el largo paréntesis de las vacaciones -pese a los baños de piscina o de mar, las brisas serranas, los conatos de violación, los estupros no consumados, los dormitorios no compartidos y el esperma entre los dedos que no fueron tampoco capaces de enjugar los pañolitos de hilo de los solteros ajuares, porque su verdadera esencia -imposible de sintetizar- estaba alambicada de incienso de capilla con Inmaculada, de injustificables melancolías, de lana de antiguos colchones mil veces orinados, de tentaciones de Lesbos, de gomas de borrar, de grafito de lápices, de plumas de alondras y de arrobos místicos. Alfonso Groso: Florido mayo (Alfaguara).

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