lunes, 12 de mayo de 2008

CORREO DEL NAVEGANTE (V)


Mar 22
Juan Cobos, desde Nertóbriga-Ricla (Zaragoza) nos envía la siguiente historia:

“¡Tiene que ser ahora!” -se dijo, convencido. Sus compañeros de terna, en la lidia de los dos últimos toros, habían triunfado apoteósicamente. Hasta la salida del cuarto, la corrida había transcurrido como un correcalles entre toros y toreros. No hubo forma de sacarles ni un mal pase. Él no quería ser menos que los dos compañeros de cartel, que se habían ganado los aplausos del respetable. Se puso en pie, recogió al toro junto a las tablas y con lances de capote, verónicas abriendo el compás y la gente entregada remató la primera tanda con una revolera. Siguió con chicuelinas, navarras, gaoneras…, hasta que los timbales ordenaron el cambio de tercio. Tras la suerte de varas y las banderillas, el maestro tomó en su mano izquierda la muleta, y con la montera en la derecha se dirigió al centro del redondel para brindar la muerte del toro. El “va por ustedes” se oyó con claridad en toda la plaza; y la ovación del público, de antemano entregado, fue clamorosa. Recogió al toro junto a las tablas; con unos pases de trasteo por bajo fue sacando al morlaco hasta los medios; el diestro había visto en aquel animal, por su bravura, nobleza y poderío, el toro ideal para cuajar la faena de su vida a poco que la suerte le acompañase. La faena de la temporada…Se puso en pie y continuó la lidia con pases en redondo y ayudados por alto, y finalizó las series con el pase de pecho y con adornos ante la cara del animal. Prosiguió con un despliegue de pases en redondo, chicuelinas, manoletinas, estatuarios. Era el mínimo espacio, la cadencia, la armonía, la suavidad alrededor del torero. En una palabra: la belleza.En la suerte suprema y una vez cuadrado el toro, se perfiló, lanzándose con el estoque hacia el morrillo del animal, clavando el acero, por el hoyo entre las agujas, hasta la empuñadura. Era una estocada perfecta de ejecución y mortal de necesidad.El torero, en el momento del encuentro con el toro, al clavar el estoque, notó que un palo de las banderillas le había dado un fuerte golpe en el ojo izquierdo. Se llevó la mano al lugar dolorido; notó sangre, pérdida de visión y que algo colgaba de la cuenca ocular. Este colgajo era su ojo, que, sostenido por unos pequeños filamentos, le rozaba la mejilla. Con un tironcito, se quedó con el globo ocular en la mano.Camino de la enfermería, se detuvo un momento en espera de la concesión de trofeos por el presidente. Mientras, era aclamado por un público enardecido, emocionado y entusiasta.Ante la alegría y el frenesí por el triunfo obtenido y los trofeos -dos orejas y rabo-, abriendo la mano y arrojando con rabia el ojo al suelo, gritó: “¡Bah, desperdicios…!”. Y, exaltado, embriagado al sentirse inmerso en tanta gloria, comenzó a dar la vuelta al ruedo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pepe 2008-03-23
No soy un entendido en el arte del toreo, pero sí me gusta su vocabulario y expresiones taurinas. Como las que se leen en este relato. Aunque tenga un final tragi-cómico.

Anónimo dijo...

Pepe 2008-03-23
Muy interesante, tambi�n, la informaci�n paleontol�gica que he encontrado sobre ese pueblo de nombre tan laborioso de escribir como dif�cil de pronunciar.