lunes, 12 de mayo de 2008

VISTO, OIDO, LEIDO

  • Leemos en la Prensa local: ¿Quién mató al mercado bursátil? Queda claro que el autor de la frase se representó el mercado bursátil no como una entidad amorfa, no como una cosa, sino cual un organismo lleno de vida e integrado por personas que viven y alientan. De ahí ese “al” que personifica el (al) mercado. Sobre este asunto gramatical, tan viejo que se pierde en el tiempo, Q.P. va a transcribir lo que el eminente filólogo Samuel Gili Gaya, en su Curso superior de sintaxis española, dejó escrito al respecto: “El empleo de la preposición a con complementos directos de persona nos ofrece un ejemplo de la larga gestación y propagación de los fenómenos sintácticos. Se inicia en la época preliteraria por confusión con el dativo, considerando a la persona como interesada en la acción; se encuentra con gran frecuencia en los textos primitivos (Veré a la mugier, Cid, 229), sin ser todavía obligatorio; progresa cada vez más hasta hacerse general en la lengua moderna, pero con numerosas vacilaciones motivadas por la mayor o menor determinación de la persona o el grado de personificación que se atribuye al complemento directo (temes la muerte, junto a temes a la muerte). En un periódico reciente leemos lo que sigue: Nuestros cazas derribaron dos aviones enemigos y averiaron a otros tres. La idea general del acto de combate se bifurca en aviones derribados y aviones averiados, tomando así la apariencia de un doble complemento, aunque gramaticalmente dependa cada uno de un verbo distinto. Entre los dos complementos, el más afectado por la acción (los derribados) se mira como acusativo y va sin preposición; el menos afectado (los averiados) se parece más al dativo y lleva la preposición a.” Hasta aquí Gili Gaya.
  • Gran revuelo está armando la segunda gran novela de Rafael Ruiz Laffón. No la hemos leído pero nos congratulamos del éxito editorial que ha tenido el autor. Aunque desconfiamos de los bestsellers, parece que este texto es aconsejable. Al final, la fórmula para triunfar con un libro hoy en día no parece tan complicada: una anécdota interesante, una intriga sostenida, un buen tratamiento lingüístico y procurar que el interés del lector no decaiga un instante. Fórmula magistral. Claro que, sin un editor inteligente y arriesgado -mejor si, además, es amigo-, habrá poco que hacer.
  • Leemos en un periódico local que el encargado de un museo de arte ha sido cesado. Los gramáticos censuran el empleo transitivo de este verbo. De tal modo: “Fue cesado en el cargo” sería lo correcto. Por otra parte, “cesar” puede sustituirse perfectamente por verbos como “destituir” o “relevar”.
  • Una gentil navegante que oculta su nombre nos pregunta por qué se dice esquís y no “esquíes”, ya que las palabras agudas terminadas en i forman habitualmente el plural en íes, como es el caso de “alhelí / íes”, “marroquí / íes”, “hurí / íes”, “maravedí / íes”, (también “maravedís” o “maravedises”). No tenemos respuesta, querida amiga, pero le recomendamos que siga diciendo “esquíes” (que está aceptado) y utilizándolos.
    Tampoco entendemos por qué el plural de “menú” es “menús”, y el de “tisú”, “tisúes”. Acaso “menú”, al tratarse de un galicismo (“minuta” o “carta”, en castellano), esté dispensado de la regla general.
  • Ocurre que, con el plural de los vocablos de origen foráneo, nos hacemos un lío. El sistema por el cual se añade una “ese” al término correspondiente, siempre nos pareció un poco chapucero.
    Así, “récord / s”, “rally / s”, “jeep / s”. En cuanto a la palabra “club”, la Academia recomienda decir, en singular, “clube”; y en plural, “clubes”.
    Por cierto, en un programa de la COPE muy instructivo e interesante, su directora, Sagrario, nos propone “cástines” como plural de “cásting”. No nos parece mal.
    El problema nos va a venir, si no ha llegado ya, con el aluvión de tecnicismos, en inglés naturalmente, que nos procura la informática. ¿Cómo podremos trasladarlos al castellano sin caer en lo impropio?
    Un ejemplo lo tenemos en los términos deportivos. “Córner” hace “córners”, aunque debiéramos decir “córneres”. ¿Y qué ocurre con “chut” (de “shoot”, en fútbol), “smash” y “out” (tenis), “put” y “green” (golf) o “footing” en la marcha atlética?
    Pensamos que los doctos académicos arbitrarán soluciones ante estas ambigüedades. No obstante, y esto lo decimos con la humildad del profano, creemos que no pasaría nada si permaneciese el singular en cualquier caso, ya que el contexto nos diría si nos referimos a un objeto o a varios: “Me reuní con los junior”. “Estuve torpe en los put”, diría un golfista, y todos lo entenderíamos; o “Voy a comprar unos grill para asar chuletas”. En cuanto a chutes (por “chut”), es mejor que este término se lo reserven los adictos a “esa cosa…”, ya me entienden.
  • Hay anuncios tontos, graciosos y hasta surrealistas. De uno de ellos se han ocupado hasta los cazadores de noticias. Dice: Almacén de sofás y colchones por separación matrimonial vende todas sus existencias a precios únicos. ¡Ay, ay, las comas! Queda claro que el almacén no existe por separación matrimonial, ni mucho menos. Si después de “colchones” escribimos “vende” y colocamos otras dos comas en su sitio, el mensaje queda claro: “Almacén de sofás y colchones vende, por separación matrimonial, todas sus existencias a precios únicos”.
  • En el diario Qué! (24-42008), hontanar de gazapos sintácticos, leemos: La muerta en el embalse y su novio quedaron para hacer las paces”. Y nos preguntamos: ¿Ya muerta? Hubiese quedado clarito así: La mujer que posteriormente murió en el embalse había quedado con su novio para hacer las paces”.
  • Hemos censurado en anteriores blog/s la participación del Chiquilicuatre/o en el festival ese de la canción europea. Y el caso es que, oyendo hablar al tipo en la televisión, en entrevista nocturna, Chiquilicuatre/o empieza a caernos bien. Es sencillo, reidor, humilde y disparatado. Entre tanto bobo solemne, diremos: ¡Ánimo, chaval!
  • Durante largos años, los escritores nos hemos vuelto un poco tarumbas a la hora de poner el punto final en oraciones entrecomilladas o cogidas entre paréntesis. Cuando aquéllas comenzaban con mayúscula, colocábamos el punto dentro; fuera, si no era así. En el último manual de ortografía de que dispongo ordena que el dichoso punto se coloque siempre detrás de las comillas o del paréntesis. Más fácil, pero nos duele tanta tolerancia después de habernos devanado los sesos.
  • Lo mismo nos ocurre con la tilde en los pronombres demostrativos “este”, “ese”, “aquel”, que ahora puede obviarse. ¡Con lo que nos costó distinguirlos de los adjetivos y aprender la vieja regla!
  • En la década de los setenta nos fascinó un cantautor uruguayo que se llamaba Alfredo Citarrosa. Su voz profunda, su timbre estremecido, sus letras, que gozaban de un aliento poético fuera de lo común, nos encandilaron. Alfredo, que hizo una gira por España allá por el setenta y seis, nos dejó aún joven, pero nos ha legado la huella y la memoria incólume de un artista cabal, serio, impagable. Encontrar sus discos resulta un poco difícil, pero la búsqueda, si lo hallamos, merecerá la pena. Fue un hombre universal, de ésos que nos hacen la vida soportable. Porque no hay naciones; hay personas.
  • Acabó por fin el programa televisivo del Conquistador del fin del mundo, al que ya hicimos referencia. Ganó un muchacho sencillo, frío y valiente: Gorka. Nos gustaba, además, porque tenía una boca sana, desprovista de palabrotas, blasfemias e improperios. Creemos que en esto fue el único. Bien ganado el faro. Felicidades.

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