Abr 19
En el bloque anterior, Q.P. les hablaba de la novela de Vallejo-Nágera, Yo, el Rey. Es una recreación del viaje que hizo José Bonaparte, hermano del Gran Corso, desde París hasta Madrid, para hacerse coronar rey o pretenderlo. El libro tiene una edición de Planeta en el 2002, y otra de Planeta Agostini el 2004. No será difícil obtenerlo de algún librero. Y siempre nos quedará Moyano.La novela, bien documentada, nos habla de este singular personaje, un hombre ilustrado y de buenas intenciones, que no conocía el avispero donde iba a meterse. Le llamaron injustamente “El Intruso” y, de manera más despectiva que cariñosa, “Pepe Botellas”. La verdad es que le gustaban los buenos caldos franceses, al igual que a Fernando VII -el felón- le gustaba el billar siempre que le pusieran las bolas de marfil en fáciles triángulos. Fue nuestro primer rey constitucional y mantuvo su condición de 1808 a 1813. Se asustó a la postre, tal como le ocurriera a Amadeo de Saboya casi un siglo después, y se refugió en Valencia para pasar, en breve, a Francia.Posiblemente, de haber sido los españoles un poco menos heroicos y un poco menos brutos, no hubiéramos pedido el regreso -“vivan las caenas”- de esa aberración de rey (Fernando VII) al que acertadamente, Carlos Rojas, el historiador y novelista, calificó de “mamporrero de cuadra”. El nuevo monarca lo tenía todo para frenar el avance de su país; era rencoroso, cruel, inseguro, déspota, arbitrario. No tuvo piedad para con sus enemigos (acordémonos de Marianita Pineda, muerta a garrote vil; de Torrijos, fusilado en una playa de Málaga; de Rafael del Riego, ejecutado vergonzosamente) ni respeto para la Constitución del doce -la Pepa- (promulgada el día de San José). Y para colmo de males, iba a legarnos a su muerte un problema sucesorio que ensangrentaría todo el diecinueve.Otro triste destino fue el de los liberales afrancesados, entre los cuales estaba lo más exquisito de la intelectualidad española. Su buena voluntad y su innegable patriotismo no evitarían que el nuevo régimen los odiase. Leandro Fernández de Moratín murió entristecido y asustado. Goya, en Burdeos, pasto de la lúcida locura -o de la cordura enajenada-, expatriado, sueña hasta su muerte con otra España Y los padres de la Constitución de Cádiz, tímida y ejemplar, buen cuidado hubieron de tener en ponerse a cubierto de la saña de los absolutistas.Verdaderamente, al espectador que contemple La familia de Carlos IV no le pasará inadvertida, entre la galería de tarados, la figura del que más tarde sería Fernando VII. Goya era implacable. Los ojos y el mentón del mamporrero, aún joven, hablan de deslealtad, de sevicias y de desidia. El que mire atentamente el lienzo no podrá substraerse a un estremecimiento que se compadece con el horror. Las sedas, los encajes, las blondas y los rasos no pueden ocultar la podredumbre que tapan. Y el pintor ni siquiera la disimula. De haber sido una punta perspicaces, Carlos IV y su pareja calamitosa jamás hubieran colgado este cuadro en sus aposentos. Es más, le hubieran conducido a Goya a calabozo o zahúrda por testigo verídico, por inflexible y riguroso. Pero estaban ciegos.¿Cuántos años de frenazo histórico supusieron nuestra liberación del francés, los cien mil hijos de San Luis, el retorno del siniestro Fernando, de sus lameculos y sicarios? ¿No lo estaremos pagando todavía? Un prestigioso periodista donostiarra nos habla, en su página de los sábados, del “hedonismo mediterráneo y la austeridad vascongada”. Estamos de acuerdo con la primera aseveración, pero no con la segunda. Es probable que nuestros abuelos vascos pudieran mantenerse con un plato de acelgas, unas sardinas y un vasito de vino peleón. Pero eso pasó a la historia. Y el final de nuestra sobriedad puede que tuviera su arranque en el llamado desarrollismo de los años sesenta, en plena dictadura, cuando en los pueblos industriales euskaldunes se ganaba dinero con una simple máquina de fabricar tirafondos y tornillería instalada en una cuadra en la que antes había vacas y terneros. Fueron años dorados para la industria vascongada, que vendía cuanto podía elaborar, porque España estaba ayuna de lo más esencial y, ante los problemas de la importación, se tragaba cuanta chatarra pudiéramos producir. Esto coincidió con la llegada masiva de mano de obra sureña, los “coreanos” y “manchurrianos” (aquí nunca fuimos racistas) y con una política gubernamental en la que las manufacturas -sobre todo las que tenían el hierro como materia prima- eran alentadas y subvencionadas. Se hizo tanto dinero en los lustros que van del cincuenta al setenta y cinco, que, hacia el ochenta, los mejores pisos de San Sebastián y Bilbao fueron adquiridos por la nueva elite aldeana, originando una subida en los precios de los inmuebles que ha durado hasta ahora mismo. Tuvimos por entonces la mayor renta per cápita del país, se pagaban los mejores sueldos y absorbíamos a todo aquel obrero foráneo que deseara emplearse en el maravilloso norte. Dejamos de ser austeros, si es que lo fuimos algún día. Hoy hacemos cola en los restoranes más prestigiosos de nuestro entorno (cien euros, un menú barato), tenemos el mejor parque automovilístico de la nación y nuestras hijas y nietas son posiblemente las mejor vestidas -siempre de marca- de la península. Así, en la Avenida de la Libertad (antes de España) de Donostia, hay tiendas de moda donde unas sandalias pueden costarnos cerca de cuatrocientos euros, y un poquito menos un cinturón o una corbata. Pero no se figuren ustedes que estas tiendas están vacías. Todo lo contrario. Los aldeanos compran allí y luego vuelven a sus lares para enseñar orgullosamente la etiqueta del establecimiento. “Nosotros sí podemos”, podría ser su pensamiento.Ante todo lo dicho, ¿podemos seguir apropiándonos el bulo ese de que somos austeros? Si mi amigo periodista se diera una vuelta por otras ciudades, como Teruel, Guadalajara o Badajoz, pongo por caso, estoy seguro de que modificaría sus apreciaciones. Los vascos vivimos muy bien comidos, muy bien vestidos y mal follados. Hay mitologías que más vale corregir. El escritor Quim Monzó que, por lo visto, es “un icono de la cultura catalana” (¿) y a quien no le importa, dado su desparpajo y bonhomía, enseñar sus partes pudendas en las cenas entre amigos, defiende a su paisano Buenafuente y a ese raro fenómeno llamado Chiquilicuatre/o. Su idea es que, ante tal paparrasolla, se desmontará el glamour gaseoso, cutre y dulzarrón del Festival. No es una idea descabellada, pero nosotros creemos que sería más decoroso que, simplemente, España declinase la invitación. Siempre habrá fórmulas para justificarlo. Lo que no se justifica es la vergüenza ajena.Q.P. quiere felicitar al Getafe club de fútbol. El otro día nos tuvo con el corazón en un puño los noventa minutos de partido. No acabó la cosa bien, pero sus jugadores supieron darnos una hermosa lección de pundonor. El Geta es un club simpático y modesto, que evidencia en el logotipo de su escudo -por si esto le pasa inadvertido a alguien- su origen aeronáutico. Un abrazo para todos y, en especial, para el Pato, al que abandonó la suerte. Patito, no de aflijas, el deporte es así. La vida es así.También deseamos felicitar a Carme Chacón por su importante nombramiento. No obstante, le advertimos de los pequeños patinazos que corremos los civiles, desconocedores de la terminología militar. Así, cuando le hablen de un Leopard, que no piense en un abrigo de piel para lucir en los cócteles de Ferraz; porque es un carro de combate. Si le mencionan los Corsair, estará bien que no se imagine a un conjunto heavy metal, pues se trata del caza naval más importante que combatió en el Pacífico. Y si oye la palabra Saratoga, ojo; no se trata de una discoteca de Benidol, es la batalla que propició la independencia de lo que hoy llamamos Norteamérica. Se lo decimos con cariño, puesto que a todos nos puede ocurrir y, además, asesores tendrá que la mantendrán informada. ¡Ah, le deseamos un feliz parto!Nos resulta curiosa la flaca voz que le salió a Carme Chacón cuando balbució eso de “Viva el Rey”, tras el tururú. Que le obligaran a la muchacha a decirlo en vísperas de la conmemoración de la Segunda República nos parece una crueldad.Estamos seguros de que si la proclama hubiera consistido en decir “Visca el Barça”, la voz le hubiese salido mucho más recia, varonil y tonante.Nos sentimos arrobados ante los productos cosméticos que nos ofrecen a diario por la tele. ¡Tienen tantas propiedades! ¡Arreglan tantos pellejos! Pero lo que arrebata es su composición. Para explicarla, el fabricante recurre a un latín que para sí hubiesen querido Tito Livio o Suetonio. Además -muy importante- en caso de hambre extrema, podemos recurrir a ellos. Fíjense ustedes que hasta nos anuncian una crema elaborada con caviar del Volga. ¡Señor!... Esto me recuerda a mi difunta abuela, que se curaba los catarros con una cataplasma de caracoles; y los golondrinos, con estiércol tibio. Claro que ella, pobrecita, no sabía nada de caviares.A la locutora de una radio nacional le escuchamos decir, la pasada noche, que fulano de tal era un individuo algo pecato. Suponemos que fue un lapsus. Querría decir “pacato”, o sea, “cobardica”.Observamos últimamente en los diarios una forma de puntuar que a nosotros nos parece defectuosa o, por lo menos, descuidada. Leemos el titular de primera página del Diario Vasco del pasado sábado 17: La donostiarra Cristina Garmendia será ministra de Innovación y Chacón, de defensa. Leído así, uno pensaría que se va a crear un nuevo ministerio: De innovación y Chacón.Q.P. cree que sería más correcto redactar así: “La donostiarra Cristina Garmendia será ministra de Innovación; y Chacón, de defensa”.
Llueve
Hace 2 días
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