Isaías Pérez, desde Muro de Aguas (Rioja), nos escribe este texto:
La carestía
-A estas alturas de nuestras vidas -con ochenta años a nuestras espaldas- tenemos que aprender palabras que no debieran existir nunca y menos en estos tiempos modernos de tantos adelantos técnicos. Tiene bemoles el “palabro” carestía. Creíamos que era propio de aquellos remotos días de griegos y romanos que no disponían de la sofisticada maquinaria de la que disponemos ahora para laborar la tierra y hacerla producir en abundancia con el mínimo esfuerzo y tiempo. Es culpa de los gobiernos tan engolados y tecnócratas. “España va bien”, dijo alguien que, cuando alcanzó la cima, no divisaba la pobreza que había a ras de suelo. Con él se apoltronaron unos pocos privilegiados en dorados sillones y “se pusieron las botas”. Otro, de distinto signo, afirmó que la economía nacional iba viento en popa a toda vela y que nuestra nación era de las más florecientes de la UE. Sobre todo en la macroeconomía, porque, desde el podio que había conquistado con nuestros votos, no divisaba la microeconomía; no sabía ni lo que costaba un café. La realidad, Pepa, es otra.
-Ya lo creo, Pepe; antes bajabas a la tienda y subías el carro lleno por la mitad de dinero que ahora; nos prometieron que el euro sería nuestra salvación.
-Qué razón tienes, Pepa; al día siguiente del cambio de moneda, los traficantes del dinero y de toda clase de productos aprovecharon con descaro la ocasión para enriquecerse. Como sabes, yo he tenido que prescindir de unas cuantas cosas que valían cien pesetas -y decíamos que era una barbaridad- y ahora cuestan un euro (una pequeñez), pero que en realidad son 166,66,- pesetas. Afortunadamente he podido decir adiós al tabaco, al café y la copa, a mi vino tinto de Rioja… La pensión, que nos parecía bastante bonita, ha mermado a la mitad. Ahora debemos hacer otro reajuste en nuestro modo de vivir. Estamos demasiado tiempo apoltronados, viendo la televisión, que nos atonta y, además, no hacemos ejercicio físico. Esto lo tenemos que erradicar inmediatamente. Con el teléfono debemos ser más comedidos, sobre todo tú, que lo coges y no lo sabes dejar; con la calefacción debemos ser más moderados, que la ponemos a tope; con tu cafecito diario acompañado del cruasán que te sabe a gloria, aunque sea malo para los huesos y engorde. Son pequeños vicios diarios que aumentan las tarifas.
-Sobre todo, Pepe, esas largas sentadas que te echas viendo el fútbol.
-Es verdad, Pepa, se me había olvidado. De estas pequeñas cosas podemos prescindir, pero que vayas a la peluquería bien vestida es una obligación.
-Gracias, Pepe, no esperaba menos de ti. Y que tú te tomes un rioja me parece necesario, pues, desde que lo dejaste, te veo más triste. Ese dinero lo sacaremos prescindiendo de otras cosas. Pues bien felices hemos sido antes sin el consumismo que nos han traído estos tiempos modernos. De aquí en adelante haremos nuestra vida, no la que marca la sociedad. Y prontito a la cama; juntos nuestros cuerpos y espíritus haremos nuestras propias películas como hacíamos cuando éramos más jóvenes, y, además, no pasaremos frío… Quizás algún día tengamos que dar las gracias a esta carestía por hacernos más sensatos.
La carestía
-A estas alturas de nuestras vidas -con ochenta años a nuestras espaldas- tenemos que aprender palabras que no debieran existir nunca y menos en estos tiempos modernos de tantos adelantos técnicos. Tiene bemoles el “palabro” carestía. Creíamos que era propio de aquellos remotos días de griegos y romanos que no disponían de la sofisticada maquinaria de la que disponemos ahora para laborar la tierra y hacerla producir en abundancia con el mínimo esfuerzo y tiempo. Es culpa de los gobiernos tan engolados y tecnócratas. “España va bien”, dijo alguien que, cuando alcanzó la cima, no divisaba la pobreza que había a ras de suelo. Con él se apoltronaron unos pocos privilegiados en dorados sillones y “se pusieron las botas”. Otro, de distinto signo, afirmó que la economía nacional iba viento en popa a toda vela y que nuestra nación era de las más florecientes de la UE. Sobre todo en la macroeconomía, porque, desde el podio que había conquistado con nuestros votos, no divisaba la microeconomía; no sabía ni lo que costaba un café. La realidad, Pepa, es otra.
-Ya lo creo, Pepe; antes bajabas a la tienda y subías el carro lleno por la mitad de dinero que ahora; nos prometieron que el euro sería nuestra salvación.
-Qué razón tienes, Pepa; al día siguiente del cambio de moneda, los traficantes del dinero y de toda clase de productos aprovecharon con descaro la ocasión para enriquecerse. Como sabes, yo he tenido que prescindir de unas cuantas cosas que valían cien pesetas -y decíamos que era una barbaridad- y ahora cuestan un euro (una pequeñez), pero que en realidad son 166,66,- pesetas. Afortunadamente he podido decir adiós al tabaco, al café y la copa, a mi vino tinto de Rioja… La pensión, que nos parecía bastante bonita, ha mermado a la mitad. Ahora debemos hacer otro reajuste en nuestro modo de vivir. Estamos demasiado tiempo apoltronados, viendo la televisión, que nos atonta y, además, no hacemos ejercicio físico. Esto lo tenemos que erradicar inmediatamente. Con el teléfono debemos ser más comedidos, sobre todo tú, que lo coges y no lo sabes dejar; con la calefacción debemos ser más moderados, que la ponemos a tope; con tu cafecito diario acompañado del cruasán que te sabe a gloria, aunque sea malo para los huesos y engorde. Son pequeños vicios diarios que aumentan las tarifas.
-Sobre todo, Pepe, esas largas sentadas que te echas viendo el fútbol.
-Es verdad, Pepa, se me había olvidado. De estas pequeñas cosas podemos prescindir, pero que vayas a la peluquería bien vestida es una obligación.
-Gracias, Pepe, no esperaba menos de ti. Y que tú te tomes un rioja me parece necesario, pues, desde que lo dejaste, te veo más triste. Ese dinero lo sacaremos prescindiendo de otras cosas. Pues bien felices hemos sido antes sin el consumismo que nos han traído estos tiempos modernos. De aquí en adelante haremos nuestra vida, no la que marca la sociedad. Y prontito a la cama; juntos nuestros cuerpos y espíritus haremos nuestras propias películas como hacíamos cuando éramos más jóvenes, y, además, no pasaremos frío… Quizás algún día tengamos que dar las gracias a esta carestía por hacernos más sensatos.
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