sábado, 10 de mayo de 2008

LA CONSTRUCCION GRAMATICAL_USOS Y ABUSOS (III)

Ene 28
# De niños, en el colegio, solíamos comenzar nuestras respuestas a las cuestiones planteadas por el profesor con un bueno o un pues. Era un pequeño truco para darnos algún segundo de reflexión antes de soltar la perorata. Observamos ahora que muchísimos entrevistados en los medios audiovisuales empiezan diciendo: La verdad es que… Si realmente dijeran la verdad, podríamos tolerar este latiguillo, pero tal cosa ocurre pocas veces. Trátese de un literato, un científico, un político o un deportista, tenemos asegurada esa promesa de veracidad, convertida en apósito, al comienzo de su respuesta. Sería recomendable que tal moda se desvaneciese y el aludido iniciara su discurso de cualquier otro modo: Yo creo. Pienso. Estimo que. Tengo la certeza de, etc. # La expresión lo que sí que forma parte de esos refuerzos innecesarios con los cuales nos auxiliamos tontamente: Lo que sí que ocurre es que. Sería más sencillo decir: Lo que ocurre es que, o también: Ocurre que. La sencillez expositiva es una virtud y un signo de inteligencia.# Parece que algunos locutores y presentadores de televisión son incapaces de pronunciar correctamente las consonantes te y ele cuando van juntas en una misma palabra. Así se oye: El aleti, por atleti; el aleta, por atleta; el alántico, por atlántico. La te es una consonante dental oclusiva y sorda; la ele, una alveolar fricativa y sonora. Pero esto es lo de menos; lo de más es que se prescinde de la te cual si quemara la garganta. Y nos admira que profesionales al frente de importantes “medios” sean incapaces de pronunciar lo que oímos frecuentemente en boca de parvulitos.# Nos pareció entender la otra noche, a un gallardo API (Agente de la Propiedad Inmobiliaria), decirle a la compradora de un piso que la escrituración ya estaba lista. Dimos un bote en la butaca; pensábamos mal… Porque algunos diccionarios ignoran escrituración. Pero es un término correcto.# Si hay algo que nos produce náuseas, ese algo es la blasfemia, la palabrota, el taco, el palabro. Y no sólo por nosotros, que lo recibimos cual bofetada, sino por el que la expele o pronuncia, pues se retrata como individuo abyecto y de baja condición. La otra noche tuvimos la desgracia de contemplar un programa de televisión en la ETB-2. Se llama: Los conquistadores del fin del mundo… (o parecido). La cosa está bien pensada: reunir en un lugar inhóspito, la Patagonia argentina, a un grupo de muchachos, varones y hembras, que deben afrontar, además del clima casi insufrible, una serie de pruebas programadas para martirizarlos y comprobar de esta manera su capacidad de resistencia ante las adversidades. La muchachada se divide en dos grupos, y éstos deben enfrentarse entre sí. Al final, sólo un individuo recibe el máximo galardón… Hasta aquí, todo va bien. Pero lo tremendo ha sido comprobar el vocabulario de los jóvenes: una vomitona de palabras malsonantes, malolientes o que hacían referencia a lo más digno de preservarse, a lo más sagrado. ¡Qué manera de renegar, de blasfemar, de arrojar basura y coprolitos por la boca-esfínter! Uno de los jóvenes -y voy a ocultar su nombre- no pasaba de las cinco o seis palabras sin expulsar un sapo. Y eso, sabedores ellos de que los filmaban y de que sus palabras iban a llegar, en hora de audiencia máxima, a los hogares del País Vasco. A esa hora, naturalmente, hay niños, en más de un hogar, que, de seguro, admirarán las pruebas de habilidad y fuerza (somos un país que idolatra la fuerza) y harán suyo, en un futuro bien próximo, el vocabulario de aquel grupito de aventureros. A los fornidos machotes y a las viriles féminas se les daba dos higas que todos -niños o adultos- fuéramos testigos de semejantes deyecciones. Eso sí; se disputaban la honra de apropiarse de la ikurriña y hacerla tremolar al feroz y hermoso viento patagón. Flaco favor a la bandera. Y nos preguntamos: ¿en qué estará pensando el realizador de este programa?; ¿dejará que sus niños asistan a tal despliegue de ordinariez, de chocarrería, de zafiedad…? Mal quedamos los vascos, por mucho pañuelito palestino que nos pongamos al cuello.Y es que la moda de hablar mal rebasa la pura anécdota para convertirse en un asunto de sociólogos o de enfermeros. Para mayor desdoro, este vicio, que rebaja la condición del individuo hasta límites vergonzosos, lo padecen los jóvenes y, en los labios de las muchachas, nos conturba. Pensamos que la causa principal de que nuestras chiquitas hayan optado por hablar mal (a muchas, ni con jabón Lagarto les aclararíamos la boca) es su voluntad de parecerse a los varones. Tiempos de feminismo, tiempos de igualdad. Pero sería conveniente que ellas se pareciesen a los muchachos en los valores positivos que éstos atesoran, no en sus coprolalias. Puede -quién podría asegurarlo- que algunas doncellitas sientan como un calambre de gustirrinín al proferir la palabrota. Esto, naturalmente, nos llevaría lejos, acaso a un componente sexual que preferimos dejar de lado. En todo caso, tal lenguaje reduce, cuando no anula, la atracción femenina… El empeño de equiparse al macho, chicas, ya no mola. Y por eso, y por alguna otra cosa que no decimos, nos va pareciendo lógico que cada vez más conciudadanos regresen de la inefable isla de Cuba con una rozagante compañera sentimental. ¡Son tan dulces ellas, tan cariñosas y sumisas!; ¡tienen tan pocas ansias de rivalizar con sus compañeros! Aunque eso sí: ellos soportarán que los llamen mi amol tres veces por minuto. Pero se aguanta, créannos.

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