Cuando tuvieron los pájaros que elegir un rey, no pocos fueron los candidatos; y bien desprovisto de méritos se sentiría aquél que no pensó entonces, siquiera por un rato, en solicitar para sí los votos de los demás.
Se juntaron primero para designar candidato los más copetudos con los más inquietos y los más gritones. Pero pronto conocieron que cada cual tendría un solo voto, el propio, y se disolvió la asamblea, dejando que el pueblo eligiese a su gusto y nombrase al que más quisiera.
Y el pueblo, acariciado por muchos candidatos zalameros y prometedores, pero cansado ya de gritos huecos y de agitaciones estériles, no vaciló en confiar sus destinos, a pesar de temblarle, al águila, que vuela en lo alto, solitario y callado, majestuoso y dominador.
Una pequeña liga de temor a veces hace más resistente el blando metal de la popularidad.
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