¡Era la mamá!
No supo cuántas cuadras había recorrido. A pie. Metiéndose en los brusqueros. Dejando tiras de carne en los grises y mortales zapanes de las alambradas.
-¡Pára, negro maldecido!
-Dale vos la vuelta por áhi.
-Ha sido ni venao er moreno.
Jadeaba y sudaba frío. Oía tras él los pasos. Y el casco bronco del caballo del capitán retumbaba en el muelle piso del potrero.
-Aquí sí que…
El viento se llevaba las palabras. Al final del potrero había una mancha de arbolillos. Podría esconderse. ¡Aunque eran tan ralas las chilcas y tan sin hojas los guarumos!
-Ris… Ris…
En las orejas se le reían los balazos. Y el golpe de la detonación de los “mánglicher” le llegaba al pecho; porque eran rurales.
Más allá de los árboles sonaba el río. Gritaban unos patillos.
-Er que juye vive…
¿Se estaban burlando de él?
-En los alambres me cogen…
El puyón del viento le zumbaba en las orejas.
-Masque deje medio pellejo yo paso…
Metió la cabeza entre los hilos de púas. Una le rasgó la oreja. Las separó cortándose los dedos. Le chorreaba tibia la sangre por las patillas, por las sienes. Se le escapó el hilo de arriba cerrando la cerca sobre él. De un tirón pasó el torso dibujándose una atarraya de arañazos en las espaldas negras.
-Deje er caballo pa pasar -advertían de atrás al montado-. Una patada en las nalgas lo acabó de pasar la cerca. Se fue de cara en la hierba.
-¡Ah!, hijo de una perra…
Esta vez la bota de un rural sonó como un campanillazo al patearlo en la oreja. En la ya rasgada.
Se irguió de rodillas. La culata del rifle le dio de lleno en el pecho. Las palabras lo tendían.
-Ajá, yastás arreglao…
Pero era un mogote el negro. Rugía como toro empialado. Y se agarró a las piernas del otro fracasándolo de espaldas. Quiso alzarse y patear también. Veía turbio.
Se culebreó sobre el caído. Forcejeaban sordamente.
-Ajá.
Lo tenía. Le había metido los dedos en la boca. El otro quería morder. El negro le hundía las manos abriéndole la boca sin sentir el dolor de los dientes. Y súbito tiró. Las mejillas del rural le dieron un escalofrío al rasgarse. Chilló como el ruán que rasgan las mujeres cosiendo. Al retirar las manos ensangrentadas oyó que la voz se le iba.
No tenía boca. Raigones negruzcos de muelas y de dientes reían. Se llevaba las manos a la cara recogiendo las piltrafas desgajadas.
-¡Ah! Hijo de una perra…
De todos lados las culatas y las botas le llovían golpes. Giró el negro los ojos blanqueantes. Agitó la bemba. Quería hablar. Los miró a todos en torno allí de rodillas. Recordó que todo había sido por el capitán borracho y belicoso. Se cubrió la cara con el brazo y cayó otra vez.
-¡Ah! ¡mardecido!
-Lo ha fregao a Rangel.
Bailaban sobre el cadáver.
Joaquín Gallegos Lara (1911 – 1947)
Gallegos Lara nació en Guayaquil (Ecuador). Perteneció a un grupo literario con Gil Albert, Pareja, Aguilera Malta, Díez-Canseco y José de la Cuadra. Publicó un único libro: Las cruces sobre el agua (1940). El cuento que publicamos pertenece al volumen Los que se van, de tres autores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario