Una mujer va andando tranquilamente por la acera, en dirección a una parada de autobús. De pronto, ve que el autobús que desea tomar está llegando. Ambos corren, la mujer a velocidad de tacón, tap, tap; el autobús, a diesel, brum, brum. La máquina llega antes. Baja y sube gente. La mujer llega al fin y el autobús cierra sus puertas. La mujer, cansada y resoplando, golpea el cristal en ese preciso instante, por llamar la atención del conductor y para que le abran la puerta y pueda entrar. El conductor la mira, sonríe, arranca y se va. La mujer suelta un juramento, no en arameo, sino en el lenguaje de los seres airados.
Entre los viandantes hay quien le afea la conducta: «Una mujer no debe soltar tacos».
Un coche pequeño intenta salir del lugar donde estaba aparcado en la vía pública. La conductora saca el auto, aunque con evidente dificultad. Una furgoneta blanca, grande y pesada sale no se sabe de dónde y se lleva por delante el coche que ya asoma su débil morro azul plateado en la calzada. El conductor, o conductora de la furgoneta, no se digna a parar y sigue su camino, como cometa lanzada al viento. La mujer del coche golpeado sale del vehículo, contempla los destrozos, se lleva las manos al rostro, y, enfadada y fuera de sí, se lamenta en voz alta. Unos viandantes que pasan la recriminan: «La que no sepa conducir que se quede en casa». Y así suceden los acontecimientos en el mundo, en esa lucha larvada entre la mezquindad y la bondad, la generosidad y la cicatería, que de todo hay.
1 comentario:
SI UNA ESPINA ME HIERE...
¡Si una espina me hiere, me aparto de la espina,
...pero no la aborrezco! Cuando la mezquindad
envidiosa en mí clava los dardos de su inquina,
esquívase en silencio mi planta, y se encamina hacia más puro
ambiente de amor y caridad.
¿Rencores? ¡De qué sirven! ¿Qué logran los rencores?
Ni restañan heridas, ni corrigen el mal.
Mi rosal tiene apenas tiempo para dar flores,
y no prodiga savias en pinchos punzadores:
si pasa mi enemigo cerca de mi rosal,
se llevará las rosas de más sutil esencia;
y si notare en ellas algún rojo vivaz,
¡será el de aquella sangre que su malevolencia
de ayer vertió, al herirme con encono y violencia,
y que el rosal devuelve, trocado en flor de paz!
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