Alguien, hace algún tiempo, bautizó a nuestra televisión como “la caja tonta”. De manera harto curiosa, los que más se refocilan con el calificativo son los que más la ven. El problema de la televisión, nuestra o ajena, es que no es una ventana por la que nos asomamos al exterior; es más bien ese exterior el que se introduce, ladina y subrepticiamente, en nuestras casas. Por consiguiente, deberíamos construirnos un mecanismo defensivo para evitar males mayores. (Me dirán ustedes que basta con apagar el botoncito de puesta en marcha, cierto, pero entonces tendríamos que recurrir al libro, que, como nadie ignora, está en trance de desaparecer de nuestras casas y hogares.)
La Televisión española, y me refiero a la decena de canales que utilizamos normalmente (pronto llegarán muchos más, con esa cosa esotérica de la digitalización), tiene cosas realmente buenas. Entre ellas están los telediarios, que nos ponen en contacto con la más rabiosa actualidad, si bien puedan pecar de tendenciosos; están los grandes reportajes, las aventuras en remotos mundos, los programas científicos o de información (ahí entrarían “Documentos TV” y Punset), las gestas deportivas, los debates seudopolíticos, la demoledora y americanísima familia Simpson y alguna cosa más que se nos olvida. También, el cine retrospectivo, las series norteamericanas, las películas europeas de mayor éxito y un cuidadoso vistazo a otros tipos de cinematografía que no por estar lejos resultan menos interesantes.
En el debe situaríamos los programas de entretenimiento, del corazón (o del bajo vientre), del chismorreo, la calumnia, el insulto, la mala leche y las nonadas, todos ellos ciscándose en la buena fe del teleadicto; losreality-shows, tan fastidiosos como “Gran Hermano”, y los concursos estúpidos (eso sí: con mucho reparto de dinero) como los que dirige, entre otros muchos, el insoportable Sobera -insoportable por pertinaz, por omnipresente-, todos en horarios mañaneros o cercanos al almuerzo para agriar la digestión de quienes comen tempranito.
Lo peor, sin duda, son las series españolas que quieren parecerse a algunas norteamericanas y se quedan por debajo de Colombia, Venezuela y Méjico. Ejemplos puntuales serían “Lex”, “Las tontas no van al cielo”, “Lalola”, “Sin tetas no hay paraíso”, 700 euros y ese horror titulado “Física o Química”, cuyo cualquier parecido con la realidad tiene categoría de accidente. Y algunos se preguntarán: “¿Cómo es que los guionistas españoles son tan zafios, ¡Mare de Deu!, con el dineral que ganan?”. Y uno sigue preguntándose: “¿A qué tipo de compatriotas pueden gustar semejantes engendros?; ¿qué los mantiene prendidos de la pantalla?; ¿cómo no han muerto de tedio y consunción los abuelitos y las abuelitas celtibéricas, mas algún padre o madre descuidados y algún enfermito que se resistiera a cerrar los ojos?
Ahí queda el misterio.
Oído en la tele a propósito de un automóvil: Alrededor tuyo. Error. Digan: “A tu alrededor”.
Una costumbre de las más estúpidas consiste en subtitular las películas dándole al espectador un tiempo mínimo para la lectura de la banda (yo he calculado medio segundo por línea). Como nunca nos apuntamos a un curso de lectura acelerada, nos perdemos la mitad del guión. ¡Qué mal!
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