Canto del macho anciano
Sentado a la sombra de un sepulcro,
o enarbolando el gran anillo matrimonial herido a la manera
de palomas que se deshojan como congojas,
escarbo los últimos atardeceres.
Como quien arroja un libro de botellas tristes a la Mar-Océano
o una enorme piedra de humo echando sin embargo espanto
a los acantilados de la historia
o acaso un pájaro muerto que gotea llanto,
voy lanzando los peñascos inexorables del pretérito
contra la muralla negra.
Y como ya todo es inútil,
como los candados del infinito crujen en goznes mohosos,
su actitud llena la tierra de lamentos.
Escucho el regimiento de esqueletos del gran crepúsculo,
del gran crepúsculo cardíaco o demoníaco, maníaco
de los enfurecidos ancianos,
la trompeta acusatoria de la desgracia acumulada,
el arriarse descomunal de todas las banderas, el ámbito terriblemente pálido
de los fusilamientos, la angustia
del soldado que agoniza entre tizanas y frazadas, a quinientas leguas abiertas
del campo de batalla, y sollozo como un pabellón antiguo.
Hay lágrimas de hierro amontonadas, pero
por adentro del invierno se levanta el hongo infernal
del cataclismo personal, y catástrofes de ciudades
que murieron y son polvo remoto, aúllan.
Ha llegado la hora vestida de pánico
en la cual todas las vidas carecen de sentido, carecen de destino,
carecen de estilo y de espada,
carecen de dirección, de voz, carecen
de todo lo rojo y terrible de las empresas o las epopeyas
o las vivencias ecuménicas,
que justificarán la existencia como peligro y como suicidio;
un mito enorme, equivocado, rupestre, de rumiante
fue el existir; y restan las chaquetas solas del ágape inexorable,
las risas caídas y el arrepentimiento invernal de los excesos.
en aquel entonces antiquísimo con rasgos de santo y de demonio,
cuando yo era hermoso como un toro negro y tenía las mujeres
que quería y un revólver de hombre a la cintura.
Fallan las glándulas
y el varón genital intimidado por el yo rabioso, se recoge a la medida
del abatimiento o atardeciendo
araña la perdida felicidad en los escombros;
el amor nos agarró y nos estrujó como a limones desesperados,
yo ando lamiendo su ternura,
pero ella se diluye en la eternidad, se confunde en la eternidad,
se destruye en la eternidad y aunque existo porque batallo
y “mi poesía es mi militancia”,
todo lo eterno me rodea amenazándome y gritando desde la otra orilla.
Pablo De Rokha: Acero de invierno (1961), fragmento.
Pablo de Rokha se llamaba en realidad Carlos Díaz Loyola (Curicó, 1894 – Santiago de Chile, 1968). Será, junto con Neruda, el mayor poeta chileno. Su poesía es de una rarísima intensidad, casi desaforada, rica en imágenes, en metáforas. Se ha dicho que fue, después de Whitman, el mayor poeta del continente americano. Afiliado al partido comunista, rompe luego con él y se hace aún más intransigente con su credo. Canto del macho anciano tiene algo de autobiográfico, desolado y terrible. Pablo de Rokha muere, suicida, en Santiago de Chile.
León Felipe dijo de él: “No sólo es el más grande poeta de América, sino el más grande de la lengua castellana en el siglo XX”.
Títulos significativos de su obra son: Versos de infancia, 1916, El folletín del diablo (1916-1922), Los gemidos (1919-1922), Cosmogonía (1922-1927), Escritura de Raimundo Contreras (1929), Moisés (1937), Gran temperatura (1937), Morfología del espanto (1942), Carta magna de América (1941-1948), Acero de invierno (1961), Estilo de masas (1965).
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