El Campeador entonces se dirigió a la posada
y en cuanto llegó a la puerta se la encontró muy cerrada;
mandatos del rey Alfonso pusieron miedo en la casa,
y si la puerta no rompe, no se la abrirán por nada.
Allí las gentes de El Cid con voces muy recias llaman.
Los de dentro, que las oyen, no respondían palabra.
Aguijó El Cid su caballo y a la puerta se llegaba;
del estribo sacó el pie y con fuertes golpes llama.
No se abre, no, la puerta pues estaba bien cerrada.
Nuef años tiene la niña que ante sus ojos se planta:
¡Campeador, en buena hora que habéis ceñido la espada!
Orden del Rey lo prohíbe, anoche llegó su carta
con prevenciones muy grandes y fuertemente sellada.
Abriros nadie osaría, nadie os acoge, por nada.
Si no es así, perderemos lo nuestro y lo de la casa,
y además de lo que digo, los ojos de nuestras caras.
Ya veis, Cid, con nuestro mal, vos no habéis de ganar nada,
y que el Creador os valga con toda su santa gracia.
Esto la niña le dijo y se entró para su casa.
Ya ve El Cid que de su Rey no cabía esperar gracia.
Alejóse de la puerta, por Burgos picando pasa;
llegó hasta Santa María y allí del caballo baja.
Con gran fervor se arrodilla y de corazón rogaba.
Acabada la oración, en seguida El Cid cabalga.
Luego salió por la puerta, el río Arlanzón pasaba.
Junto a la villa de Burgos, en el arenal acampa.
Allí plantó la su tienda y muy pronto descabalga.
Anónimo: El cantar de Mío Cid (Cantar I, fragmento).
Otoño
Hace 2 horas
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