En aquel momento cruzó el cielo de Madrid, cubierto casi en su totalidad de nubes, un avión reactor que parecía ir cortando, como un cuchillo afilado, una tela tirante. Albañiles, mozos de almacén, niños, guardias, mujeres… miraron por un momento para arriba. El avión había dejado en el aire un estremecimiento silbante que hizo más solemne la pesadumbre de la mañana. Si Tomás desde arriba hubiera querido mirar hacia abajo, y hubiera podido ver algo, hubiera distinguido frente a “Corea” un grupo de gente parada, una furgoneta dispuesta, muchos guardias y más curiosos… El bloque es verdad que seguía siendo el mismo: las mismas filas de coches, uno verde, otro amarillo, otro salmón, muchos negros; los niños jugando en el parque escolar de los americanos; las muchachas de servicio paradas en las esquinas cotilleando… Pero si Tomás, desde arriba, hubiera podido escuchar el único rumor que corría por la gran Avenida, desde la Plaza de Castilla hasta la Cibeles, hubiera oído que en autobuses, tranvías, coches de línea, camiones, carros de la basura y en todas partes no se oía más que una frase explicativa:
-Ahí han matado a un hombre.
Y Tomás quizás se hubiera inquietado. Pero Tomás ni siquiera miró a tierra, y aunque hubiera mirado no hubiera visto nada. Porque todo lo que abarcaba la vista, acaso la meseta entera, estaba cubierto de nubes. Además, en aquel instante, Tomás iba ocupado en el despacho de un cable con Torrejón…
Aún estaba en el aire la estela del avión de Tomás cuando el juez dio por terminadas las diligencias en el lugar del suceso y la furgoneta arrancó con el cadáver, mientras los guardias dispersaban a los curiosos. Algunos números de la policía armada se dirigieron al bloque con el fin de evitar corrillos y de dar al barrio un aspecto normal y cotidiano.
José Luis Castillo-Puche (Paralelo 40).
-Ahí han matado a un hombre.
Y Tomás quizás se hubiera inquietado. Pero Tomás ni siquiera miró a tierra, y aunque hubiera mirado no hubiera visto nada. Porque todo lo que abarcaba la vista, acaso la meseta entera, estaba cubierto de nubes. Además, en aquel instante, Tomás iba ocupado en el despacho de un cable con Torrejón…
Aún estaba en el aire la estela del avión de Tomás cuando el juez dio por terminadas las diligencias en el lugar del suceso y la furgoneta arrancó con el cadáver, mientras los guardias dispersaban a los curiosos. Algunos números de la policía armada se dirigieron al bloque con el fin de evitar corrillos y de dar al barrio un aspecto normal y cotidiano.
José Luis Castillo-Puche (Paralelo 40).
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