domingo, 17 de agosto de 2008

Nostalgia


Para mí, que soy viejo, la nostalgia es un tema -un topos- querido y resbaladizo, siempre difícil de perfilar, algunas veces inasible. Puede ser huéspeda tempranera y fidelísima, comparable a la mujer -otro socorrido y angustiado mito de nuestra literatura- y sucede que hablamos de ambas, en ocasiones, con la motivación que lo femenino y su universo pueden sugerirnos. Los frutos de tal enlace son abundantes, hermosos y hasta dulces al paladar. La historia de todos nosotros, nuestra aventura colectiva y cada etopeya individual se enriquecen con el ardor de tales contactos.

Y es dentro del ámbito de la creación, en ese orbe como fondo de puchero -siempre con hervores, con subterráneas erupciones y estallidos que buscan la superficie- donde con una mayor nitidez queda demostrada la feracidad de este juego, de este ejercicio ultramarital que cumple llevar a puerto. Porque si repasamos someramente -tan sólo a ojillo de bien cubero- ese retablo abigarrado, agridulce, variopinto, inestable o solidísimo, de la literatura, nos maravillaremos de la labor ejercida por la nostalgia y su red de Ariadna en el corazón de quienes hicieron de su vida un testimonio escrito.

Y no se necesita echar la vista demasiado atrás, recurrir a esos ejemplos típicos, y ya tópicos, de bachillerato elemental. Quizás pudiéramos prescindir de Ovidio, el triunviro, rumiando su destierro en la soledad del Ponto; acaso desecháramos la sollamada pasión de Dante por la Portinari, de Francisco de Aldana por el brillo de aquella lanza que le esperaba en Alcazarquivir, de Quevedo por el aire gélido del Guadarrama y los sombríos cortesanos, de Larra por la palidez de un rostro en el espejo, de Fernando Villalón por el relumbre de la marisma. Pero se entrecruzan nombres, deseos y saudades: fuegos de San Telmo que un día quemaron hueso y alma con su fría fosforescencia. Porque también ocurre que a este escritor al que ahora leen ustedes, a este chamarilero de la palabra -socarrado a su vez en parecidas brasas- le preguntaron hace años: “Pero vamos a ver, chico, ¿es que tú, ahí, desde tu isla al sol, no nos echas de menos, no añoras ese San Sebastián donde has vivido durante cuarenta años? Y uno, que sigue siendo un tímido y descubrió en el otro esa resguardada violencia de las cosas que no se entienden bien, respondió sonriéndose: “Sí, hombre, tengo muchas nostalgias, pero me las guardo para mí”. Y recuerdo que dije esto con una pinta de orgullo, también con la aviesa intención del que está obligado a preservar su pudor de exiliado voluntario con esgrima de guardia alta, aunque, una vez más, no pudiese menos de recurrir a connotaciones literarias y se me apareciera aquel espiritado y angélico Juan Ramón, apagándose a chorros en Puerto Rico -¿y la luz de Moguer-, y el viejo Proust perdido en su habitación tras los relampagueos del recuerdo, y el judío Babel, suspirando, desde su silla de cosaco, por el barro y los tufos a samovar de la vieja Odessa, y Onetti, el hombre que se movía en el vientre vitrificado de Madrid para seguir viviendo, con ojos cegarritas, entre Montevideo y Buenos Aires, en las calles fantasmagóricas de la ciudad de Santa María. Pienso en ellos, en sus nobles nostalgias, en su romance apasionado, a mordiscos, a pescozones, con la inquilina cordial. Y me recorre un estremecimiento a cápite ad cálcem, algo que acaso pueda desaparecer con un buen trago de rioja…

Sí, abracemos sin miedo, con esa fe que necesita el amor puro y sin complicaciones, a la buena nostalgia.

Gonzalo Ursúa (Q.P.)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ya lo decía Ruben Darío en su
Canción de Otoño en Primavera

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...

Plural ha sido la celeste
historia de mi corazón.
Era una dulce niña, en este
mundo de duelo y de aflicción.

Miraba como el alba pura;
sonreía como una flor.
Era su cabellera obscura
hecha de noche y de dolor.

Yo era tímido como un niño.
Ella, naturalmente, fue,
para mi amor hecho de armiño,
Herodías y Salomé...

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...

Y más consoladora y más
halagadora y expresiva,
la otra fue más sensitiva
cual no pensé encontrar jamás.

Pues a su continua ternura
una pasión violenta unía.
En un peplo de gasa pura
una bacante se envolvía...

En sus brazos tomó mi ensueño
y lo arrulló como a un bebé...
Y te mató, triste y pequeño,
falto de luz, falto de fe...

Juventud, divino tesoro,
¡te fuiste para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...

Otra juzgó que era mi boca
el estuche de su pasión;
y que me roería, loca,
con sus dientes el corazón.

Poniendo en un amor de exceso
la mira de su voluntad,
mientras eran abrazo y beso
síntesis de la eternidad;

y de nuestra carne ligera
imaginar siempre un Edén,
sin pensar que la Primavera
y la carne acaban también...

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer.

¡Y las demás! En tantos climas,
en tantas tierras siempre son,
si no pretextos de mis rimas
fantasmas de mi corazón.

En vano busqué a la princesa
que estaba triste de esperar.
La vida es dura. Amarga y pesa.
¡Ya no hay princesa que cantar!

Mas a pesar del tiempo terco,
mi sed de amor no tiene fin;
con el cabello gris, me acerco
a los rosales del jardín...

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...
¡Mas es mía el Alba de oro!

Anónimo dijo...

NOSTALGIA
de Mario Benedetti

¿De qué se nutre la nostalgia?
Uno evoca dulzuras
cielos atormentados
tormentas celestiales
escándalos sin ruido
paciencias estiradas
árboles en el viento
oprobios prescindibles
bellezas del mercado
cánticos y alborotos
lloviznas como pena
escopetas de sueño
perdones bien ganados
pero con esos mínimos
no se arma la nostalgia
son meros simulacros
la válida la única
nostalgia es de tu piel.