jueves, 28 de agosto de 2008

Memoria de Miguel Torga (Douglas González)

Hablar de un escritor portugués obliga en cierta forma a reflexionar sobre su país y el nuestro. No cabe la menor duda, y éste es un hecho sobradamente señalado, que España y Portugal han vivido de espaldas la una a la otra. Pienso yo que esto ha sucedido más por incuria y desapego de los españoles que por voluntad lusitana. ¿Desde cuándo ocurre? Pues es difícil señalar una fecha. Puede ser que arranque en Aljubarrota y se intensifique tras la Guerra de las Naranjas. No lo sé. Pero lo cierto es que dos pueblos de etnia semejante, atados por una misma cultura: la occidental, y por idiomas similares, no han sabido o no han podido ayuntarse, estrechar unos lazos que la geografía acaso sugiriera atar desde la propia colonización romana. Lo dice Miguel Torga en La Guardia -corre el año 1962-: “Qué visión tan desconsoladora de la realidad peninsular he venido a tener en este maravilloso mirador gallego. Creí que estaba subiendo a un cielo natural, y estoy en un purgatorio mental. Miro hacia el este. Llamo y mi llamada no encuentra eco. Del otro lado, nadie responde. Y este silencio hostil o timorato apuñala mi conciencia. “Castilla -murmuro dolorido-. Castilla la centrípeta. Su fanático sentido de la uniformidad no le permite tolerar la diversidad; y ese mismo trágico monolitismo le impide entender una fraternidad de corazones, de lenguas, de paisajes, de destinos. La regla de Loyola aplicada a la periferia exigía a aquel vasco, tan rendido como Unamuno y Baroja, paisanos suyos, a la fuerza polarizadora de la meseta. Y Portugal quiso ser viva fuerza independiente, lo consiguió, fue nuevamente sometido y se liberó para, desde su soledad marginal, ejemplarmente, convocarnos y concitarnos”. Hasta aquí el escritor.

Tampoco la disciplina escolar y universitaria nos ha ayudado mucho a conocer en profundidad los hechos culturales más notables del país vecino. Acaso, la descripción de los periplos náuticos de un pueblo que buscó su expansión en sentido contrario al reino castellano, no hacia el oeste, sino rebasando el Cabo de Buena Esperanza y justificando sus asentamientos, siempre litorales, por razones mercantiles, que no místicas; acaso esta somera descripción marítima, digo, se nos daba en el colegio, más alguna anotación socioeconómica. A la hora de tener noticia de la cultura del país y de sus escritores, el tópico aprendido: Gil Vicente, Camöes, Almeida Garret, Castelo Branco, Eça de Queirós… y pare usted de contar. Es presumible que ahora se hable, con cierta extensión, de Pessoa, de Saramago - catapultado éste por un Nobel controvertido (a mí, particularmente, el de Santarém me aburre mucho; que se comente la obra de Lobo Antúnez, magnífico narrador, o de algún poeta de última hornada. Y esto último lo pongo en duda. Pero, haciendo un balance general, siempre hemos mirado a los portugueses con esa falta de interés, aderezada de menosprecio, con que los franceses nos han mirado secularmente a nosotros, pongo por caso. Ignorancia teñida de una falsa superioridad. ¡Qué le vamos a hacer!



Miguel Torga -o sea: Adolfo Correia da Rocha- nace en 1907 en Sao Martinho de Anta, Vila Real, Tras-os-Montes. Hijo de una familia de escasos recursos, debe emigrar, con trece años, a Brasil, tras el paso por el seminario de Lamego. Allí, en Sudamérica, trabaja en una hacienda de Minas Gerais, como recolector de café y vaquero, hasta regresar, en el año 1925, a Coimbra, donde cursa medicina, acaba la carrera y, tras ejercer en Sao Martinho de Anta y otras localidades, se instala, como especialista en males de la laringe, de nuevo en Coimbra. Es el año 1941.

Escribe inicialmente en la revista Presença, se desvincula de ésta y funda, con Branquinho de Fonseca, A Sinal, de vida efímera. Sale tan sólo un número.

Torga va a tratar todos los géneros, pero su primer libro, en 1928, será de poesía: Ansiedade. En esta disciplina publicará: Rampa, O Outro Livro de Job, Lamentaçao, Nihil Sibi, Cántico do Homem, Alguns Poemas Ibéricos, Penas do Porgatório y Orfeo Rebelde (estos libros los escribe entre 1930 y 1958). En prosa debemos mencionar: Päo Azimo (1931), Criaçao do Mundo, Os Dois Primeros Días (en 1937), que viene a ser una autobiografía continuada en O Terceiro Día da Criaçao do Mundo (1938), O Quarto Día (1939), O Quinto Día (1974) y O Sexto Día (1981). Además, destacaríamos: Bichos (1940), Contos da Montanha (1941), O señor Ventura (1943), Novos Contos da Montanha (1944), Vindica (1945) y Fogo Preso (1976).

Miguel Torga se atreve también con la obra teatral y, como fruto, ven la luz: Terra Firme e Mar (1941), O Paraíso (1949) y un poema dramático titulado Sinfonía. Como libros de viajes, tiene publicados: Portugal (1950) y Traço de Uniâo (1955). Añadamos un diario en dieciséis volúmenes, redactado entre 1941 y 1994.

Es una vida dedicada a escribir intensamente y a reflexionar sobre lo vivido. No tuvo Torga mucha suerte con los editores, bastantes obras suyas las publicó él mismo. Habida cuenta de su pensamiento liberal, de su vehemencia, de su rigor ético y de su alejamiento de escuelas literarias y de compañeros en la disciplina dentro ya de su país, no es extraño que su extensísima obra apareciera tapada o minusvalorada. Añadamos a esto su enfrentamiento con las dictaduras ibéricas, tanto la de Salazar como la de Franco, y su simpatía raigal hacia el mundo de los oprimidos, de los hombres que pudieron sufrir cualquier tipo de injusticia, de opresión o de menosprecio. La dignificación del ser humano y de las criaturas se empapa así de una trascendencia cristiana, al margen de su laicismo; y el sentimiento de unidad peninsular, al menos en lo que concierne a la cultura, hacen de él un adelantado, un hombre de visión amplia y generosa.

Aun así, si bien de forma tardía, su obra ha sido reconocida internacionalmente. Los premios Diario de Noticias, en el sesenta y nueve, el Internacional de Poesía, en el setenta y siete, el Montaigne, cuatro años después, el Camöes, en el ochenta y nueve, el de la Asociación Portuguesa de Escritores, en el noventa y dos, o el Premio de la Crítica, dos años antes de su óbito, expresan un reconocimiento que llegó bastante retrasado, pero que está ahí. Para los posibles lectores, diremos que cerca de una docena de sus obras se publicaron en España bajo el cuidado de Editorial Alfaguara.

Leer a Miguel Torga es respirar un aire no contaminado, contagiarse de su entusiasmo y congraciarse con los valores más significativos que pueda ofrecernos la vida a quienes la disfrutamos o padecemos.

Douglas González (Q. P.)

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