Afonka continuaba echado, sin un movimiento. A pasitos cortos de sus gruesas piernas se acercó Maslak al caballo, le colocó el revolver sobre la oreja y disparó. Afonka dio un salto y volvió hacia Maslak su rostro picado de viruelas.
-Recoge los arneses, Afanasi -dijo Maslak afectuosamente-, y vete a tu unidad…
Desde la colina, vimos como Afonka caminaba hacia su escuadrón, doblado bajo el peso de la silla, con la cara abotargada y roja cual carne recién cortada. Estaba infinitamente solo, en medio de la ardorosa y polvorienta desolación de los campos.
Avanzada la tarde, le encontré en un convoy. Dormía en el carro que contenía sus bienes: el sable, las guerreras, y unas monedas de oro agujereadas. La cabeza del jefe de escuadrón, cubierta de sangre coagulada, con la boca torcida y muerta, oscilaba sobre el borde de la silla como la de un crucificado. A su lado estaban los arneses del caballo muerto, la ingeniosa y rebuscada vestimenta del coronel cosaco: borlas negras en las pecheras, baticola de correas flexibles con piedras de colores ensartadas, estampados de plata en la brida.
La oscuridad, cada vez más densa, se cernía sobre nosotros. El convoy rodaba pesadamente por el camino de Brodi; las inocentes estrellas rodaban por los lácteos caminos del cielo y las lejanas aldeas brillaban en la fresca profundidad de la noche. El ayudante del jefe de escuadrón, Orlov, y el bigotudo Bitsenko, estaban sentados en el carro de Afonka y comentaban la pena de éste.
-Era el caballo que trajo de casa -dijo el bigotudo Bitsenko-. Un caballo como éste, ¿dónde podrá encontrarlo?
-Un caballo es un amigo -declaró Orlov.
-Un caballo es un padre -suspiró Bitsenko-. Salva la vida incontables veces. Bida está perdido sin caballo.
A la mañana siguiente, Afonka desapareció. Comenzaron y terminaron los combates de Brodi. La derrota se trocó en temporal victoria, asistimos al cambio de jefe de división, mas Afonka continuaba ausente. Sólo las terribles murmuraciones de descontento que corrían por los pueblos, y la furiosa y carnicera huella de los desmanes de Afonka, nos indicaban su difícil camino.
-Va a la caza de un caballo -decían en el escuadrón al hablar del jefe de destacamento. En las incontables noches de nuestros vagabundeos oí no pocas historias sobre esta caza feroz y sorda.
Soldados de otras unidades habían tropezado con Afonka a decenas de verstas de nuestras posiciones. Estaba emboscado al acecho de jinetes polacos rezagados o bien recorría los bosques buscando los rebaños de caballos que los campesinos habían ocultado. Incendiaba aldeas y fusilaba a sus alcaldes polacos por encubridores. A nuestros oídos llegaban ecos de este curioso combate singular, ecos del ataque brutal de un lobo solitario contra una comunidad (…)
Entramos en Berestechko el seis de agosto. Delante de la división avanzaba el gorro asiático y el corto caftán rojo de nuestro nuevo jefe. Levka, furibundo lacayo, conducía tras el jefe una yegua del criadero. Una marcha militar, preñada de lánguida amenaza, volaba a lo largo de las barrocas y miserables calles, callejones decrépitos y pintados bosques de vigas caducas y temblequeantes, se extendían por el lugar. La médula del mismo, roída por el tiempo, exhalaba sobre nosotros sombrías emanaciones de corrupción. Los contrabandistas y los beatos se habíano cultado en sus amplias y lóbregas isbas. Sólo el pan Liudomirski, el campanero, salió a recibirnos junto a la iglesia con su levita verde.
Atravesamos el río y penetramos en el arrabal burgués. Nos acercábamos a la casa del sacerdote cuando Afonka apareció tras una esquina montado en un alto corcel.
Isaak Babel: Caballería roja.
1 comentario:
Me pregunto ¿ se quiere resaltar la identidad del jefe de combate ruso como fiel a su amigo?, o ¿simplemente se pretende mostrar como un gran lider, puede quebrantarse ante la perdida inminente de un ser querido , contradictoriamente a su fortaleza ruso?
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