domingo, 29 de junio de 2008

El estilo lo es todo:


Tal hablaban los dos entre sí cuando vieron un perro que se hallaba allí echado e irguió su cabeza y orejas: era Argo, aquel perro de Ulises paciente que él mismo allá en tiempos crió sin lograr disfrutarlo, pues tuvo que partir para Troya sagrada. Los jóvenes luego lo llevaban a cazas de cabras, cervatos y liebres, mas ya entonces, ausente su dueño, yacía despreciado sobre un cerro de estiércol de mulas y bueyes que habían derramado ante el porche hasta tanto viniesen los siervos y abonasen con ello el extenso jardín. En tal guisa de miseria cuajado se hallaba el can Argo; con todo, bien Ulises notó que hacia él se acercaba y, al punto, coleando dejó las orejas caer, mas no tuvo fuerzas ya para alzarse y llegar a su amo. Éste al verlo desvió su mirada, enjugóse una lágrima, hurtando prestamente su rostro al porquero, y al cabo le dijo: “Cosa extraña es, Eumeo, que yazga tal perro en estiércol: tiene hermosa figura en verdad, aunque no se me alcanza si con ella también fue ligero en correr o tan sólo de esa clase de canes de mesa que tienen los hombres y los príncipes cuidan, pues suelen servirles de ornato”.

Respondístele tú, mayoral de los cerdos, Eumeo: “Ciertamente, ese perro es del hombre que ha muerto allá lejos y si en cuerpo y en obras hoy fuese lo mismo que era, cuando Ulises aquí lo dejaba al partirse hacia Troya, pronto echaras tú mismo de ver su vigor y presteza. Animal que él siguiese a través de los fondos umbríos de la selva jamás se le fue, e igual era en rastreo. Mas ahora su mal le ha vencido: su dueño halló muerte por extraño país; las mujeres de él no se acuerdan ni lo cuidan; los siervos, si falta el poder de sus amos, nada quieren hacer ni cumplir con lo justo, que Zeus el tonante arrebata al varón la mitad de su fuerza desde el día en que en el hace presa la vil servidumbre”.

Tal habló, penetró en el palacio de buena vivienda y derecho se fue al gran salón donde estaban los nobles pretendientes. Y a Argo sumióle la muerte en sus sombras no más ver a su dueño de vuelta al vigésimo año.

Homero: La Odisea

(Acabamos de transcribir uno de los pasajes más emotivos de La Odisea. Ulises, a la vuelta del periplo marino, reconoce a su perro Argo, anciano éste y en el olvido, y el guerrero, en un gesto que dice de su hombría, se cubre el rostro con el borde de la túnica para que Eumeo no le vea llorar. De esta forma, el hombre que libró cruentas y múltiples batallas, que tomó Troya, que no tuvo piedad para con sus enemigos y que va a orquestar una verdadera orgía de sangre con la matanza de los príncipes, no puede contener el llanto al ver de nuevo a su perro. Éste le espero los veinte años de su ausencia, y vino a morir estremecido de alegría al recobrar a su amo.)

Por cierto, algunos estudiosos han censurado este episodio por lo que supone de imprecisión. “Los perros -decían ellos- no viven veinte años.”… A nosotros no nos hubiese importado el yerro, sobre todo si lo contraponemos a la belleza y emotividad de la escena; pero, incluso así, Homero llevaba razón. Hay canes que sobreviven quince y hasta veinte años. Es raro. Argo, a la espera de Ulises, llegó a cumplirlos.

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