«LOS CUENTOS DEL JÍBARO» (DEMIPAGE) DE JUAN GRACIA ARMENDÁRIZ
A mediados de los años ochenta del siglo XX, Juan Gracia Armendáriz era un poeta refinado. Recién estrenada su edad adulta, venía de una larga estancia en México. De allí trajo conocimientos filosóficos, el recuerdo del paso por un grupo de rock y alguna experiencia dolorosa que cubría con una veladura irónica. Nos sentábamos a las mesas de los bares de Pamplona, y me pareció que, como Josep Pla, aquel joven fumaba para encontrar el adjetivo más apropiado.
Se fue a Madrid, donde se hizo doctor y obtuvo una plaza de enseñante universitario. Sin abandonar la poesía, nos enviaba prosas escritas con los ingredientes del maestro Jorge Luis Borges: claridad, concisión, ingenio. Inició entonces una colaboración semanal en Diario de Navarra, y recuerdo que Juan atribuía al oficio de periodista una parte de los progresos literarios. En la columna La ventana se ha opuesto -con humor y coraje infrecuentes en su tierra de origen- a los tópicos prestigiosos y a las máscaras del totalitarismo político.
Después de editar los volúmenes de prosas breves Noticias de la frontera y Queridos desconocidos y la novela Cazadores, Juan Gracia Armendáriz compuso, en compañía del fotógrafo Pedro Carrillo Rubio, Gente de libro (publicado por Demipage), que contenía cuarenta memorables semblanzas de escritores. A principios de 2008 Juan ganó un premio nacional de narrativa con la obra La línea Plimsoll.
El autor ha reunido ahora unos textos de madurez desestabilizadora. Hay en Cuentos del jíbaro un idioma cuidado y el equilibrio de fondo. Y difícilmente puede conseguirse mayor eficacia en dimensiones tan pequeñas. Aquí sí funciona la consigna de guerra de los minimalistas: crear es quitar. Desde la contundencia de Teoría de la literatura, a Gracia Armendáriz le bastan muy pocas frases para trazar un mundo que a veces coincide con los retratos de Robert Doisneau. Los dos artistas escogen el paisaje urbano y con parecida indulgencia plasman nuestras rarezas, seamos los adictos a las palabras, un topo o el músico callejero que imita a su ídolo en un túnel.
¿Qué estabilidad sacuden estos Cuentos del jíbaro? Las convulsiones llegan con el inconformismo peculiar del escritor. Mientras sonríe, comprueba las fragilidades del suelo que pisamos. En muchas de sus páginas caen, hechas trizas, las bagatelas ilustres, las simulaciones de la vida cotidiana, la espiritualidad de baratillo.
A cambio de varios placeres, el lector de Cuentos del jíbaro renuncia a la tranquilidad. No puede prever qué imagen va a asaltarlo en la última curva de los relatos.
e-mail : quintopretoriano@gmail.com
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