En un arranque de malos usos políticos, el Gobierno Balear ha decidido que la lengua de uso oficial y administrativo del archipiélago sea el catalán. Lo curioso es que nadie, en las tres islas, habla ese idioma, salvo la colonia catalana. Hay que decirlo así y remontarnos un poco en la Historia, cosa que nunca viene del todo mal. Catalán, mallorquín, menorquín y valenciano pertenecen a la lengua occitana (o del oc), junto con el provenzal, que se habla en Francia. Cronológicamente, parece que surge en fechas paralelas, casi a la vez, en los lugares señalados. Es más, hay quienes defienden que el mallorquín precede al catalán, y defienden esta tesis argumentando que la obra de Ramon Llull (1235/1315) hubo que traducirla, entera, al catalán, pues originariamente se redactó en mallorquín. Dejando a un lado al buen beato án autor de Blanquerna, los habitantes de las tres islas siempre han sentido el balear (mallorquín en Mallorca, menorquín en Menorca e ibicenco en Ibiza) como su lengua madre. Es más, en la mayor de las islas (y me avala mi residencia allí durante dos lustros), el payés se siente muy incómodo, o se ofende, si le insinúan que él habla catalán. El gran milagro de Mallorca ha sido conseguir que diversas culturas europeas, con sus respectivas lenguas, solapen y coexistan. Quien se dé una vuelta por los barrios de Ciutat, o por los hermosos pueblos del interior, se dará cuenta de esa pluralidad enriquecedora que, en los últimos sesenta años, nunca ha representado el más mínimo problema ni enfrentamiento. En Sóller, donde reside una amplia colonia francesa, se oye hablar francés; en El Arenal y las calas “ricas”: Cala D`or, Cala San Vicente, el alemán se impone; en Magalluf es el inglés, y en mi querido barrio de El Terreno, con su admirable calle de Son Armadans (donde, por cierto, Cela escribió una de sus novelas capitales), lo que se oye por las aceras es sueco y finés, dado el asentamiento escandinavo que contiene y mantiene. Esto sucede a lo largo del año y no esporádicamente en temporada alta. Es la gran lección que recibimos los forasteros, y que nos aplicamos gustosamente.
Pero ocurre que los representantes de la idea de los Països, para reforzar su programa pseudoimperialista y totalitario, están luchando ya desde hace décadas por imponer una lengua -el catalán- familiar al ciudadano pero, en cualquier caso, foránea. Esta política reforzaría, de cumplirse, el argumento envenenado de que el archipiélago pertenece a Cataluña y es deudor de su cultura.
Servidor recuerda, con un dolor ya atenuado, las salvajes pintadas que podían leerse en las paredes de la universidad de Valldemossa (donde cursábamos Geografía e Historia) contra el castellano, España y los españoles. Es más, había un núcleo profesoral que no veía estos disparates con disgusto (sus integrantes eran, en su mayoría, profesores vinculados a universidades catalanas) y, para mayor bochorno, daban sus clases en un catalán barcelonés que los delataba inmediatamente.
Para hacerlo más insidioso, es Govèrn ha exhortado a los mallorquines a dirigirse a los extranjeros en catalán, o sea, a prescindir coloquialmente de su propia lengua. ¿Quién parará tal barbarie?
Hoy, la política ha dado una nueva vuelta de tuerca a semejante desatino con un programa que, de cumplirse, irá enterrando paulatinamente una lengua magnífica, vetusta, y clara seña de identidad de todo un pueblo. ¡Dios mío, cuánto fill de puta, cuánto delinqüent, cuánto malagraït!
No hay comentarios:
Publicar un comentario