martes, 9 de diciembre de 2008

"Ternura" (Felipe Juaristi)



Existe el derecho a la ternura; y la obligación de ser tiernos, aunque sea un rato al día. Existe también un equívoco sobre el tema. Si quien habla de ternura es un ser supuestamente masculino, corre el riesgo de que el discurso subyacente sea tachado de afeminado o de amanerado. La ternura es reconocida como expresión de amor maternal o en los afectos que los niños muestran hacia sus animales y objetos más cercanos, el perro de la casa (y no siempre), el osito de peluche y la play station. Alguna norma no escrita pero proclamada de nuestra cultura impide al hombre, en la medida en que lo sea, hablar de ternura, o de proclamar su sensibilidad, sin que sufra la consiguiente burla o sea objeto de inquina. ¿Cuántos hombres reciben un ramo de flores por su cumpleaños, con una tarjeta escrita a mano, en la que se le recuerdan los afectos y emociones que provoca?
Lo cual tampoco pretende afirmar que el espacio femenino, actualmente, sea un modelo de ternura.
En el fondo, existe una terrible confusión sobre el lugar que lo masculino y femenino ocupan en la sociedad. Tanto el hombre como la mujer están sometidos por símbolos que prohíben la ternura, o lo relegan al terreno de la inocencia, a la relación con los seres evidentemente inferiores.
En los demás lugares de encuentro, especialmente en el del amor, se extiende la lógica de la guerra y de la victoria o conquista.
Reivindicar la ternura es incidir en la pluralidad y supone, de hecho, la inmersión de lo masculino en lo femenino, y de lo femenino en lo masculino.

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