sábado, 6 de diciembre de 2008

Jorge Aranguren :"Desde el aire ....."

 

Desde el aire, mirando hacia babor porque el avión siempre vira un poquito a la derecha de la Dragonera, se la ve grande y pardusca, emborronada de nubes que llegan hasta nosotros desde el norte y su dentadura pétrea, guatas que van corriendo la Tramontana. Con los primeros días de primavera se vuelve algo más verde, se hace lunareja de olivos y algarrobos, perdida ya la exigua y arrebatada nieve de los almendros -de nata débil, como cantara Miguel Hernández: buen hortelano en el aéreo huerto de la palabra-; perdida, digo, su nieve hasta otros años. Parece la isla de Mallorca una gran piedra lunar, una piedra fermentada y dulce, llena de brotes y de rumores subterráneos. Bajo el avión, su perfil de cabrita, o de caballo que apuntalara con sus orejas los caminos altos de Formentor y soportase entre las crines la media luna de Alcúdia, afiánzase por el largo y total hilo de espuma que la circunda dándole consistencia. Así, de semejante guisa la dibujábamos nosotros en el colegio, con azul turquesa todo alrededor, para pasar luego la goma blanda por el borde y simular el límite de los rompientes. Ésta es la isla, brillando al mediodía como en el sueño de Cortázar.

Las veintiañeras del vuelo de Madrid ponen la frente en las ventanillas y sonríen. Todo el macizo bloque de la isla se llena de grandes manchas frenéticas según las nubes pasan por encima de ella y por debajo de nosotros. Vamos a entrar en aquellos bajíos. Las chicas dan grititos con los baches del DC-9 en las térmicas; se ríen y están pálidas. El mistral y la tramontana (los dos viejos predadores disputándose su presa) les van a gastar la primera broma de bienvenida.

La otra isla queda lejos. Cuando yo la llamo así, mis interlocutores se sorprenden y piensan que les estoy tomando el pelo. Luego, alguno se interesa por el secreto, por esa clave que indudablemente yo poseo. Y les digo que sí, que Euskadi es una isla; una isla en la que uno ha vivido, padecido y gozado más de cincuenta años. Ahora queda lejos y, por el parte que se dibuja en los periódicos, con agua del oeste entrándose desde Saltacaballos, pasando por la bocana del Nervión y su vómito de arrabio, dejando atrás Lemóniz y su deuda con la historia, llegándose a la barra de Orio tras picar espuelas, invadiendo Donostia para susto de tamarindos y alegría de la vieja herrumbre que va paciendo pasito a paso las farolas modernistas -como globos de caramelo-, del puente del Kursaal. Ahora estará lloviendo en Donosti, sobre la playa desierta que pisaron un día, de mocitos mocosos, Arconada y Chillida y Savater y quizás mi llorado amigo el pintor Carlos Sanz. Y lloverá en el bocho bilbaíno y en la lejana Gasteiz. Y este remojón gallego, que unos dicen sirimiri y otros orvallo, y los más llovizna, se llegará hasta Hendaya y Biarritz, hasta las Landas. Mojará toda la isla: Euskadi entera.

Porque un país termina siendo lo que quiere ser, si lo quiere de corazón; y en este caso es bien cierto que la voluntad de insularidad nació a la vez que nació Euskadi. Y con Euskadi, pegada a ella como la hiedra a la pared, germinó y se puso a crecer la vocación de una específica e inefable insularidad. Esto es algo que mis amigos sospechan, algo que ya saben cuando les hablo de mi peregrinaje o trashumancia entre dos islas. Me miran con disimulo; quizás abordar este tema roce la inconveniencia, o el mal gusto, o la incorrección. Sería el momento de hablar de cine, de chicas o de fútbol…

Cuando tomamos tierra en la otra isla, la que no admite dudas, el aire tramontano me vuela la gorrilla que me compré en la Parte Vieja, en la tienda de Larrandia. Un grupo de doncellitas se ríen de mí, aunque siguen pálidas como requesones. Ellas, con el truco de los tejanos, no se preocupan por el viento. Corro tras la gorra mientras pienso en esta isla que ahora me recibe…y en la otra. Porque el asunto ha quedado claro para mi.

Jorge Aranguren (Blog)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sí... y no, Jorge amigo. Sí al paisaje idílico de Formentor, al escalofriante precipicio de La Calobra,al misterioso de Artá, al polonesamente romántico de Valldemosa, al encantador de Andratx y su (permíteme inventarme "sacrílegos" diminutivos) trenecito, trenuco, trenecillo; majestuoso en su vía estrecha... Que sí, que de acuerdo... Pero...
Pero, también, que no. Que, si bien no te falta razón cuando te refieres a tu "otra isla", ésa que ya no moja, con levedad, el sirimiri, y sobre la que no sólo llueve a cántaros sino que "cae piedra", "ésa" es, inevitablemente, a pasado, presente y futuro, la que te ama en familia, la que te guarda afecto en sinceras amistades, la que te respeta y admira como escritor (conjugados los verbos de esta frase en las anteriores tres temporalidades).
Con que, mal que te pese, (y previo envío de un cordial abrazo) sí... y no, querido amigo Jorge.