En el libro del profesor alemán Arnold Gehlen: Sociología y Estética de la pintura moderna, se insiste en lo que puede denominarse “urgencia hermenéutica” del arte actual, o sea, la necesidad de comentario que enfatiza y sobrecarga el arte del presente. Esto vale también para la literatura, y es un punto que debe tocarse antes que otra cosa para señalar lo relativo de la crítica, del comentario o la glosa que unos pueden hacer sobre los libros ajenos. Y uso el término “relativo” porque la totalidad que representa un texto difícilmente puede ser aprehendida y captada por quien se acerca a él con el bagaje de una lectura atenta, disciplinada y, hasta si se me permite, cariñosa. Es indudable que la experiencia del lector, por avezado o diestro que sea, no será nunca tan completa como para alcanzar todo aquello que el autor ha puesto en su discurso. Hemos sido condenados a la extraña, inevitable y siempre hermosa tarea -mientras leemos un texto- de escribir otro libro paralelo a él, aunque sólo sea mentalmente.
Por lo tanto, a cabo de cuentas, yo quiero que las ideas y criterios que expresamos sobre los textos de nuestros compañeros escritores sean tomados con esa reserva y buena disposición de quienes saben que, tratándose de literatura y sus interpretaciones, vamos a movernos en un mundo comprometido por la subjetividad, amplio territorio que siempre puede transformarse y donde nunca nada es inconmovible ni, venturosamente, del todo cierto.
Un buen amigo me trae al estudio, aún calentito, un libro de cuentos o, mejor y para no engañarnos, de relatos cortos. Le felicito y se va tan contento.
El cuento, como muchos de ustedes saben, es un género polémico que no ha gozado de muchas simpatías entre los editores de la Península. A pesar de tal ingratitud, permanece el criterio de que un buen cuento es más difícil de escribir que una novela. Yo también lo creo así. Quede abierto o cerrado, en el cuento hay un problema de proporción -de escala-, algo que afecta a lo estrictamente constructivo; es comparable a un mecanismo cuyos engranajes no pueden permitirse la menor tolerancia. Es un ingenio de precisión. Si en la novela los fallos de montaje o las pérdidas de aliento o cualquier otra desigualdad se disimulan y hacen perdonables, en el cuento, estas distracciones lo llevarán a la ruina. El cuento exige síntesis, agudeza, dosificación de los recursos y, si me apuran, contundencia. Añadan a esto la necesaria creación de “su atmósfera”.
Convendría decir que los grandes narradores, casi sin excepción, se sintieron tentados por el género y que algunos de ellos nos han dado piezas magistrales. Sería inútil y un poquito pedante citar a autores; posiblemente los tienen ustedes en la memoria. Pareciera que algunos, reconocidos por obras de mayor envergadura -en un sentido de extensión- hubiesen querido dejarnos lo mejor de su talento dentro de admirables piezas literarias.
Cumplo dieciséis años
Hace 1 día
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