domingo, 2 de noviembre de 2008

Visto, Oído, Leído (Revista de prensa y comunicación)

  •    Leemos en el diario Qué!: Un hombre mata a su mujer embarazada en Jerez… Suponemos que a los jueces poco les importará si la finada quedó embarazada en Jerez o en Puerto Real. Toda duda hubiera desaparecido con una buena construcción: “En Jerez, un hombre mata a su mujer, embarazada”.
  • El día 23 de octubre tuvimos el agrado de recibir, en la sala de que dispone el Ateneo Guipuzcoano para sus conferencias (Biblioteca Dr. Camino), a Ricardo Bada, escritor, periodista y profundo conocedor de muchas literaturas. Bada nos habló de Joâo Guimerâes Rosa, quizás uno de los más señalados escritores que ha dado el Brasil y también la literatura latinoamericana. Guimerâes fue médico de la Fuerza Pública, pero su rechazo ante el dolor ajeno le hizo abandonar el ejercicio de al medicina. Fue, además, diplomático, y en 1962 lo nombraron jefe del Servicio de Demarcación de Fronteras, donde quedó patente su inteligencia y buen hacer. En el año 1963 fue elegido miembro de la Academia de Letras del Brasil. Falleció cuatro años después, a los sesenta.

    Entre sus obras, los relatos: Sagarana, 1946; Corpo de baile, 1956; Primeiras Estórias, 1962; Terceiras Estórias, 1967; y el 1968, ya póstumos, Estas Estórias y Ave, Palavra. Cultivó la poesía: Magma, 1936,  y la novela, con la obra que más fama le ha dado: Grande Sertâo: Veredas.

    Bada lamentó el poco conocimiento que en España se tiene de la literatura brasileña, si exceptuamos a Jorge Amado (Gabriela, clavo y canela), Autran Dourado (La trama del bordado) o la misma Clarice Lispector (Cerca del corazón salvaje). La conferencia fue un éxito.

  • En la misma sala, el lunes 28, estaba anunciada una charla sobre el novelista italiano Elio Vittorini  (Siracusa, 1908 – Milán, 1966). Por indisposición de la conferenciante, no tuvo lugar aquélla, pero sí convendría hablar someramente sobre el escritor. Vittorini, siciliano, formó parte de la pléyade de escritores trasalpinos que surgieron a partir de 1930. De sus primeros compromisos con un fascismo de izquierdas, pasó a militar en el partido comunista. Fue traductor de inglés y dirigió algunas revistas, tales como Il Politecnico y Menabó. Fue un escritor independiente, nada influido por las técnicas de sus coetáneos. Entre sus obras, las novelas: El clavel rojo (1934), Conversación en Sicilia (1941), Hombres y no (1945), El Simplón le guiña el ojo al Frejus (1947), Las mujeres de Messina (1965) y Las ciudades del mundo (1969). De sus libros de relatos, mencionaremos: Pequeña burguesía (1931) y Erica y sus hermanos – La Garibaldina (1956).
  • Desde hace algún tiempo venimos oyendo y leyendo en los medios de comunicación el verbo “tunear”, referido a las modificaciones que los aficionados al automóvil hacen en sus coches. “Tuning”, en inglés, significa “afinar” o “templar”. Creemos, pues, innecesario un feroz anglicismo que nos obliga a conjugar el verbo de esta forma ridícula: “Yo tuneo, tú tuneas”, etc. Como término sustitutivo, vemos óptimo ese “afinar”, aunque “mejorar” también se acomodaría.

   Conocido el esnobismo del español en lo que concierne al idioma, nos tememos que vamos a pasar media vida tuneando. Aquí hemos elegido, como alternativa, un sinónimo que creemos adecuado. La Academia tendrá la última palabra. 

  •  Un compañero me hablaba días pasados de las alegrías que reporta el vino. Y de ahí saltamos al mundo de la pintura y, dentro de él, al maestro Velázquez. Quien se dé una vuelta por El Prado no resistirá la tentación de quedarse unos minutos ante el lienzo de Los borrachos (1628). Porque es gratificante comprobar la alegría de los personajes que, agrupados, celebran el antiquísimo rito de honrar a Baco. Gozo de vivir, gozo de beber. Don de la ebriedad. Y, sin embargo, no es muy frecuente el tratamiento del tema en la pintura española de nuestro siglo de oro. El barroco tuvo siempre una acusada inclinación por lo severo, lo trascendente; incluso por lo tétrico. No nos imaginamos, por ejemplo, a Valdés Leal, dibujando francachelas de borrachitos ; lo suyo eran los osarios. Porque la Contrarreforma estaba allí, y con ella, su amor por las postrimerías. Y Don Diego -que pintó reyes, papas, reinas, militares, nobles, cortesanos, damas de corte, mendigos, bufones, niños disminuidos y hasta el manso mastín de Las meninas, nos dejó este cuadro suyo de El triunfo de Baco quizás como homenaje a tantos amigos del dios pagano.  

  Habría que remitirse a la pintura flamenca y holandesa (recordemos a Hals) para toparse, por aquella época, con lienzos en los que el buen yantar y el buen beber tienen allí su representación. Aquellos artistas festejaban la vida. Los españoles evocábamos a la muerte.

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