sábado, 1 de noviembre de 2008

Poemas de Rafael Alberti

Retornos del otoño

Nos dicen: Sed alegres.
Que no escuchen los hombres rodar en vuestros cantos
ni el más leve ruido de una lágrima.
Está bien. Yo quisiera, diariamente lo quiero,
mas hay horas, hay días, hasta meses y años
en que se carga el alma de una justa tristeza
y por tantos motivos que luchan silenciosos
rompe a llorar, abiertas las llaves de los ríos.        

       

Miro el otoño, escucho sus aguas      melancólicas
de dobladas umbrías que pronto van a irse.
Me miro a mí, me escucho esta mañana
y perdido ese miedo
que me atenaza a veces hasta dejarme mudo,
me repito: Confiesa
grita valientemente que quisieras morirte.        

       

Di también: Tienes frío.
Di también: Estás solo, aunque otros te acompañen.
¿Qué sería de ti si al cabo no volvieras?
Tus amigos, tu niña, tu mujer, todos esos
que parecen quererte de verdad, ¿qué dirían?        

       

Sonreíd. Sed alegres. Cantad la vida      nueva.
Pero yo sin vivirla, ¡cuántas veces la canto!
¡Cuántas veces animo ciegamente a los tristes,
diciéndoles: Sed fuertes, porque vuestra es el alba!        

       

Perdonadme que hoy sienta pena y la diga.
No me culpéis. Ha sido
la vuelta del otoño

Retornos de una sombra maldita

¿Será difícil, madre, volver a ti? Feroces 
somos tus hijos. Sabes        
que no te merecemos quizás, que hoy una sombra 
maldita nos desune, nos separa        
de tu agobiado corazón, cayendo 
atroz, dura, mortal, sobre sus telas,        
como un oscuro hachazo. 
No, no tenemos manos, ¿verdad?, no las tenemos,        
que no lo son, ay, ay, porque son garras, 
zarpas siempre dispuestas        
a romper esas fuentes que coagulan 
para ti sola en llanto. 
No son dientes tampoco, que son puntas,        
fieras crestas limadas incapaces 
de comprender tus labios y mejillas.        
Han pasado desgracias, 
han sucedido, madre, verdaderas 
noches sin ojos, albas que no abrían        
sino para cerrarse en ciega muerte. 
Cosas que no acontecen, 
que alguien pensó más lejos,        
más allá de las lívidas fronteras del espanto, 
madre, han acontecido.        
Y todavía por si acaso hubieras, 
por si tal vez hubieras soñado en un momento        
que en el olvido puede calmar el mar sus olas, 
un incesante acoso        
un ceñido rodeo 
te aprietan hasta hacerte 
subir vertida y sin final en sangre.        
Júntanos, madre. Acerca 
esa preciosa rama 
tuya, tan escondida, que anhelamos        
asir, estrechar todos, encendiéndonos 
en ella como un único fruto        
de sabor dulce, igual. Que en ese día, 
desnudos de esa amarga corteza, liberados        
de ese hueso de hiel que nos consume, 
alegres, rebosemos 
tu ya tranquilo corazón sin sombra.

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