domingo, 6 de julio de 2008

Visto, Oído, Leído

Un amable tertuliano nos contesta a propósito de mi neologismo “nepotero”, y mezcla COPE y obispos. Mire usted, amigo; yo oigo la COPE al igual que las diversas emisoras nacionales, pues mi derecho a estar informado me parece inalienable. En cuando a los obispos, soy agnóstico y viví -y sufrí- los tiempos del llamado nacional-catolicismo; aun así, y siendo crítico con la Iglesia, no siento esa saña furibunda por el entorno católico que parece ser hoy una bandera de la progresía.

Tocando el tema lingüístico, he de decirle que el sufijo ero “forma nombres de oficio en relación con la cosa expresada por el nombre primitivo: carbonero, cartero, recadero, zapatero. Y otros también referidos a personas, aunque no sean de oficio: forastero, majadero” (hasta aquí María Moliner). Por lo tanto, mi humilde invento de “nepotero” podía interpretarse como persona “que usa y abusa del nepotismo”.

Si usted desea llevarme al terreno político, le diré que, a mi entender, nepoteros han sido y son todos los gobiernos que ha tenido España desde el conde-duque de Olivares hasta hoy; con sus adelantados, virreyes, validos, consejeros, militarotes, amiguetes, furcias y personas de toda laya. Son garrapatas de muy difícil extracción.

En la prensa: Debemos dejarle a María San Gil en paz. No. “A María San Gil debemos dejarla en paz”.

Por fin hemos sometido a la Panzer Division, tras un campeonato memorable para nuestros colores. Nos alegramos por los aficionados al fútbol, por los hinchas y, sobre todo, por los españoles que hacen trabajos más o menos humildes en la todopoderosa Alemania. Pero, sobre todo, hay que decir que hemos vivido dos semanas durante las cuales creímos en nuestros presupuestos solidarios, en el reverdecimiento de nuestras señas de identidad.

Vana ilusión. Nueve horas después ya estamos peleándonos con el español y con los problemas que va a generar la imposición, en la enseñanza, de las otras lenguas peninsulares. ¡Qué poco dura la alegría en casa del pobre!

Cojo un libro de mi biblioteca, al azar, y lo abro al azar por una página, y encuentro la siguiente cita de Ortega: “Dios mío, ¿qué es España? En la andadura del orbe, en medio de las razas innumerables, perdida en el ayer ilimitado y el mañana sin fin, bajo la frialdad inmensa y cósmica del parpadeo astral, ¿qué es esta España, este promontorio espiritual de Europa, esta como proa del alma continental? ¿Dónde está -decidme- una palabra clara, una sola palabra radiante que pueda satisfacer a un corazón honrado y a una mente delicada, una palabra que alumbre el destino de España?

Ojo con los reflexivos. No digamos: Juan cerró la puerta tras él, ni Estaba contenta de ella misma. Algunos gramáticos, muy puntillosos, censuran estas construcciones. Escribamos: “Juan cerró la puerta tras sí”; “Estaba contenta consigo misma”. Por supuesto, eviten el Delante mío; Al lado suyo; Detras nuestro. Será: “Delante de mí; A su lado; Detrás de nosotros”.

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