lunes, 28 de julio de 2008

El estilo lo es todo

El Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán (1547-1615 aprox.) insiste en la idea del pícaro, que Quevedo inmortalizará en su Historia de la vida del Buscón llamado Don Pablos (1626). El Guzmán fue muy traducido y tuvo un éxito indudable. Su visión del mundo y de los hombres es triste y pesimista, muy de su época. La Humanidad no tiene cura. Lean:

Este caballero era hombre mayor: escupía, tosía, quejábase de piedra, riñón y urina; no le parecía como mi padre, de aquel talle ni brío; y siempre el mucho trato, donde no hay Dios, pone enfado; las novedades aplacen, especialmente a mujeres, que son de suyo noveleras. Determinábase a dejarlo y mudar de ropa, dispuesta a saltar por cualquier inconveniente; mas la mucha sagacidad suya y largas experiencias, heredadas y mamadas al pecho de su madre, le hicieron camino y ofrecieron ingeniosa resolución. Y sin duda el miedo de perder lo servido la tuvo perpleja en aquel breve tiempo; que de otro modo ya estaba bien picada.
La señora mi madre hizo su cuenta: “En esto no pierde mi persona, ni vendo alhaja de mi casa, por mucho que a otros dé. Soy como la luz; entera me quedo y nada se me gasta. De quien tanto he recibido, es bien mostrarme agradecida; no he de ser avarienta. Con esto coseré a dos cabos, comeré con dos carrillos. Mejor se asegura la nave sobre dos ferros, que con uno; cuando el uno suelte, queda el otro asido. Y si la casa se cayere, quedando el palomar en pie, no le han de faltar palomas”. En esta consideración trató con su dueña el cómo y cuándo sería. Viendo, pues, que en su casa era imposible tener sus gustos efecto, entre otras muchas y muy buenas trazas que se dieron, se hizo, por mejor, elección de lo siguiente.
Era entrado el verano, fin de mayo, y el pago de Gelves y San Juan de Alfarache el más deleitoso de aquella comarca., por la fertilidad de la tierra, que es toda una, y vecindad cercana que le hace el río Guadalquivir famoso, regando y calificando con sus aguas todas aquellas huertas y florestas. Que con razón, si en la tierra se puede dar conocido paraíso, se debe a este sitio el nombre de él: tan adornado está de frondosas arboledas, lleno y esmaltado de varias flores, abundante de sabrosos frutos, acompañado de plateadas corrientes, fuentes espejadas, frescos aires y sombras deleitosas, donde los rayos del sol no tienen en tal tiempo licencia ni permisión de entrada.
Comenzábanse a llegar pasajeros; cada uno daba su remedio. Mas, como no había de dónde traerlo ni lugar para hacerlo, eran impertinentes: volver a la ciudad, imposible; pasar de allí, dificultoso; estarse quedos en medio del camino, ya puedes ver el mal acomodo. Los accidentes crecían. Todos estaban confusos, no sabiendo qué hacerse. Uno de los que se llegaron, que fue de propósito echado para ello, dijo:
-Quítenla del pasaje, que es crueldad no remediarla, y métanla en la casa de esta heredad primera.
Todos lo tuvieron por bueno y determinaron, en tanto que pasase aquel accidente, pedir a los caseros que la dejasen entrar. Dieron algunos golpes apriesa y recio. La casera fingió haber entendido que era su señor. Salió diciendo:
-¡Jesús! ¡ay Dios! Perdone vuesa merced, que estaba ocupada y no pude más.
Bien sabía la vejezuela todo el cuento y era de las que dicen: non chero, no sabo. Doctrinada estaba en lo que había de hacer y de mi padre prevenida. Demás que no era lerda y para semejantes achaques tenía en su servicio lo que había menester.
Mi buena mujer abrió su puerta y, desconocida la gente, dijo con disimulo:
-¡Mal ahora! Que pensé que era nuestro amo y no me ha dejado gota de sangre en el cuerpo de cómo me tardaba. Y bien, ¿qué es lo que mandan los señores? ¿Quieren algo sus mercedes?
El caballero respondió:
-Mujer honrada, que nos deis lugar donde esta señora descanse un poco, que le ha dado en el camino un grave dolor de estómago.
La casera, mostrándose con sentimiento pesarosa, dijo:
-¡Noramala sea! ¡qué dolor mal empleado en su cara de rosa! Entren en buena hora que todo está a su servicio.
Mi madre, a todas estas, no hablaba y de sólo su dolor se quejaba. La casera, haciéndole las mayores caricias que pudo, les dió la casa franca, metiéndolos en una sala baja, donde en una cama, que estaba armada, tenía puestos en rima unos colchones. Presto los desdobló y, tendidos, luego sacó de un cofre limpias y delgadas sábanas, colcha y almohadas, con que le aderezó en qué reposase.
Mateo Alemán: Guzmán de Alfarache (1599).

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