Joan Margarit (La Segarra, 1938) es un importante poeta catalán que ha desarrollado casi toda su obra en este idioma. Es autor de varios poemarios y ha participado en diversas antologías. Los poemas que reproducimos han sido traducidos al castellano por el propio autor. De él ha dicho Carlos Marzal: “La poesía de Joan Margarit es rotunda y exacta, calculada como un golpe de navaja, porque surge en esta frontera que trazan las indagaciones personales, los ejercicios de conocimiento que sitúan la relación moral de un individuo con el mundo”. Es catedrático de la Escuela de Arquitectura de Barcelona.
Es Pujol
En la muerte de Andreu Alsina, l`amo Andreu.
Terminada la cena, nos sentábamos
en los portales, mientras en los muros
aparecían las salamanquesas.
Estábamos en lo alto de la cuesta
mirando a Campanet y sus tejados.
El sueño poco a poco amortiguaba
el griterío alegre de los niños.
Entonces, él hablaba en un antiguo
y suave mallorquín de cuando iba
por una oscura costa al contrabando.
Se ha ido hacia una noche como aquellas:
todo cuanto nos era familiar
-el velo del crepúsculo cubriendo las fachadas,
la calle estrecha, su portal abierto,
las horas en la esfera de la torre-
ahora es misterioso. Ante la muerte,
las cosas conocidas se convierten en símbolos
de aquello que nos es desconocido.
Mañana en el cementerio de Montjuïc
He estado en la montaña de las tumbas:
he llegado hasta aquí cruzando el yermo
de Can Tunis, nevado de jeringas
y de plásticos grises: aquí tiemblan, errantes,
las estatuas de trapo de los yonquis.
Corre la voz de que el Ayuntamiento
lo arrasará, cubriendo de hormigón
los campos de hierbajos ante la enorme reja
del cementerio, alzado frente al mar.
Será una compañía peor para los muertos:
los difuntos, su muro y su silencio,
armonizan mejor con esos yonquis
que son como soldados que deambulan
extraviados después de la derrota.
Al subir por el viejo camino frente al puerto
los barcos y las grúas van empequeñeciéndose,
se ensancha el mar. Aquí, en lo más alto,
estás salvada del dolor del mundo.
Naufragios
La calle, estrecha y húmeda
la ocupan estos trastos:
un sofá roto y una vieja lámpara,
la nevera oxidada y dos colchones
que alguien ha apoyado en la pared.
Es cuanto queda de un desahucio.
Son restos del futuro.
A menudo se ven por estas calles,
y sin embargo hoy piensa que, quizá,
son restos de sí mismo lo que ha visto.
Entonces vuelve la cabeza: un gato,
encaramado en el sofá, le mira
como ella antaño con sus ojos verdes.
Final de un cuento
Estrellas reflejadas en el agua
del aljibe acecharon otras vidas
mucho antes que a la nuestra.
El aljibe esta noche de verano
guarda, más frágil que el reflejo
de estrella alguna,
el de aquella sonrisa perdida para siempre.
Los perros lo saquean
cuando van a beber el agua negra.
París
Venía atravesando una ciudad
construida con sueños y recuerdos.
No recordaba el nombre del hotel
ni dónde estaba. Se lo hizo recordar,
desde el Jardín de Luxembourg,
el olor de una hoguera de hojarasca.
¿Cómo salvar los días consumiéndose
en el montón de hojas del pasado?
Y de pronto vio el rótulo: Hotel de l`Avenir.
Ella seguía allí esperándolo.
Y con una sonrisa le dijo: al fin has vuelto.
Lo único decente que hay en ti
nunca ha salido de esta habitación,
de aquí conmigo.
Homenaje
Este puente desierto donde el viejo
mira pasar con lentitud las aguas,
con certeza será volado pronto.
No es un buen sitio para detenerse
si ha decidido huir del vencedor.
Lamenta haber dejado cuanto amaba.
Por aquí ya pasaron los que huían.
No es un buen sitio para detenerse.
Al escribir este relato, Hemingway
debía saber que la batalla
del Ebro se libraba dentro de él,
y que el viejo del puente le esperaría siempre.
Joan Margarit: Cálculo de estructuras (Col. Visor, Madrid, 2005).
Cumplo dieciséis años
Hace 17 horas
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